lunes, 22 de diciembre de 2008

Brevísima descripción de un universo dormitorio

Cae la tercera noche bajo este novel techo y puedo afirmar que es la primera vez que tengo la oportunidad de analizar el dormitorio de 2,50m x 2,75m. Las noches anteriores no habían sido suficientes y tampoco había podido prestar la atención necesaria para observar con detenimiento lo que todavía no había visto o seguramente había visto de otra manera, quizá más superficial. Ahora se cumple la primera hora del día. Susurrante oigo proveniente de la ventana y tal vez de un apartamento contiguo pero de un segundo piso, el sonido de un televisor emitiendo una película de trasnoche del canal 4. No se percibe el sonido de la calle a excepción de algún esporádico auto que se oye al pasar y resulta confortante el relativo pero cómodo silencio. El piso todavía es el orden dispuesto para los cachivaches y cosas de la mudanza inicial. La ropa está prolijamente acomodada y apilada a mi derecha debajo de la pequeña pero generosa ventana, remeras por un lado, pantalones por otro, sábanas y toallas en una bolsa y algunos bolsos con calzones y medias que me dan pudor tenerlos al descubierto también están colocados contra esa pared.
La que veo frente a mi tiene restos de una avanzada humedad y comienzo a pensar seriamente en que debería pintarla de algún color que me haga bien. Parte de la pared, un sector pequeño junto a la puerta, es el más damnificado por las filtraciones del agua y hasta deja ver el ladrillo rojo de la estructura que solamente se logra ocultar cuando la puerta del dormitorio, de un color gris azulado, se encuentra abierta. –En la película de al lado alguien recibe una llamada-. Debajo del sector de mayor humedad hay un enchufe, y del otro lado de la puerta, del lado del pestillo y ya sobre la otra pared, hay un interruptor de luz.
La pared a mi izquierda tiene una pequeña particularidad, una protuberancia que sale de ella con la forma de lo que parece ser una tuerca pero sin agujero central, y tiene todas las de ser parte del sistema de cañerías de la cocina que está del otro lado de la pared. –Tanda publicitaria-. Sobre el piso debajo de la tuerca están ordenadas de la misma manera que la ropa, las cosas que serán parte accesoria del dormitorio. Libros, un trifásico, las llaves, una bolsa de un regalo de Pablo que trajo de Barcelona, cigarros, el celular y una lámpara de papel, también regalo de Pablo, que tiene la forma de una cabeza de cohete y está enchufada al segundo y último enchufe del dormitorio que está sobre el rincón de la pared. En ese lugar, a pocos centímetros del suelo, surge con disimulo un caño que recorre el ángulo de las dos paredes hasta el techo.
La cuarta pared no tiene ningún elemento característico, ni enchufes ni tuercas protuberantes ni humedad, y me encuentra recostado sobre ella, con la cabeza reposada sobre dos almohadas que se apoyan contra la pared y el resto de mi cuerpo acostado sobre un maltrecho colchón provisorio hasta el arribo mañana de la nueva cama. Las piernas dobladas y el torso a medio sentar me mantienen en vilo mientras espero a que entre el sueño que se está demorando. –Sigue la película-.

++

viernes, 19 de diciembre de 2008

Meté la mano en la bolsa y sacá un papelito al azar

Cuando éramos chicos algunos tuvimos amigos invisibles. Esos tipos en los que se podía confiar por completo, personajes a conveniencia que nos ayudaban en más de una oportunidad. – ¡Mamá, yo no fui el que volcó la leche, fue él!- ¿Él, quién? ¿A quién nos referíamos cuando hablábamos de él? No podíamos sinceramente pensar en echarle la culpa a un ser que hacía tanto por nosotros. Y sin embargo lo hacíamos. Las cosas se caían solas. En el mundo de los amigos invisibles, las cosas se caen solas, se rompen solas, se mueven solas, se abren y se cierran solas. Es la magia de poseer un personaje detrás nuestro defendiéndonos dispuesto a lanzarse a la primera línea cuando lo tenía que hacer, cuando necesitábamos que lo hiciera. Y lo mejor de todo es que esa fórmula tan poco creíble para nuestra mente hoy, funcionaba de las mil maravillas.
Sin embargo esta modalidad de amigo invisible alias chivo expiatorio tiene su fecha de vencimiento. Llega un punto en que el mundo de lo que se rompe solo deja de existir y lo único que nos queda por hacer es hacernos cargo de lo que hacemos. –Sí mamá, lo rompí yo, ¿Y qué?-. La idea aquí no es confundirles diciéndoles que, llegado el momento, el amigo invisible deja de coexistir con nosotros para pasar a ser una suerte de ánima vagabunda a la que dejamos de ver y de hablar, como si en algún momento nos hubiera cagado. Todo lo contrario. Su nueva función en ese momento es la de hacernos crecer, colocándonos nuevas responsabilidades y un rol mucho más importante en esa etapa de preadolescencia, de temprana preadolescencia. La de madurar. En serio, ya no sos un guacho.
Eventualmente los amigos invisibles desaparecen por completo. Su trabajo está hecho, cumplió con creces y nos salvó de varias bofetadas. Aunque debo decir que si hoy por hoy tuviera la posibilidad de decir que las cosas se siguen rompiendo solas lo haría. Antes todo era mucho más sencillo.

En estas épocas de fiestas, despedidas, épocas del síndrome de la navidad, de fin de año y de reyes. Los grupos de gente (sobre todo laborales) hacen regresar al amigo invisible en un homenaje a ese tipo que nos bancaba a muerte con una actividad que lleva su nombre (No me quiero meter mucho más de lo imprescindible en el tema). A quien le toque correr la suerte de ser mi amigo/a invisible quisiera decirle lo siguiente: Que bueno que volviste porque necesito que digas que el vaso del otro día, se rompió solo, ¿Ok?

lunes, 8 de diciembre de 2008

Emancipación

Dicese de: Tener olor a pata y que no te importe. Colgar las medias con olor a pata donde más te plazca. Pasear descalzo y con olor a pata. Cocinar cosas que no tenés mucha idea cómo cocinar. Quemar una sartén. Quemar comida. Quemarte los dedos. Bañarte con agua fría. Dejar el calefón sin agua caliente. Sexo. Medir la distancia entre las manchas del techo del cuarto. No medirlas. Buscar formas de caras en las paredes. Sexo. Mirar a un punto X sin razón aparente. Pintar la pared. Cantar en la ducha. Corrección, cantar fuerte en la ducha. Hacer la cama. No hacer la cama. Pararte con las manos y apoyarte contra la pared. Hacer ruedas carnero en el living. Quedarte quieto. Dormir siestas. Pensar. Dibujar. Escribir. Quedarte quieto. Jugar. Jugar. Jugar. Jugar. Poner la música al mango. Poner la música bajita y tirarte en el piso. Hacer reglas. No hacer reglas. Mirar al cielo. Lavar las ventanas. Lavar. Barrer. Fumar. No fumar. Guardar cosas en rincones. Tener lugares secretos. Conversar. Mirar la lluvia. Saltar bajo la lluvia. Putear a la lluvia. Llorar. Gritar. Putear. Dejar la puerta abierta. Tomar mate. Roncar. Correr. Comer bizcochos. Hacer fuego. Apagar la luz. Soñar. Prender la luz. Hacer caca. Mear. Errarle al water. Regar plantas. Tener flores. Esperar a que llegue la noche. Mirar la televisión. Sexo. Colgar ropa. Descolgar ropa. Divertirte. Aburrirte. Divertirte. Aburrirte. Enojarte. Alegrarte. Almorzar. Merendar. Cenar. Desayunar. No comer. Pagar cuentas. Ahorrar. Soñar. No salir. Encontrar cosas para hacer. Jugar. Saltar. Dormir. Ordenar. Cambiar cosas de lugar. Pintar. Escribir. Sexo. Tomar mate. Entra por la puerta. Salir por la puerta. Entrar por la puerta. Dibujar el marco de la puerta. Esconder cosas. Estar triste. Estar feliz. Estar feliz. Estar feliz. Reír.


Sin final.

+++++++++++++++++++++++++++++++++++

viernes, 14 de noviembre de 2008

El País que no tenía voz

Es feo sentir que estas palabras hacen más ruido que las que salen de mi boca. Hace tiempo que nos hemos dedicado a escribir, a dejar sobre el papel los ideales comunes y las revoluciones interiores. Hace tiempo ya no escuchan, y de a poco la voz va a dejar de funcionar. Se rasga la garganta y ya no sale nada, ya no hay cantautores ni canillitas. Febrero ya no tiene su coro de murga y el guarda no te echa para el fondo. Las viejas en la calle no conversan y la radio del portero dejó de funcionar. La gente ya no saluda y en los bares no se oye ni un solo grito de gol.
Estamos en silencio, nos dejaron de escuchar.
Todavía me acuerdo lo que sentía cuando hace 5 años voté por un cambio en el que todavía creo. Lo que me cuesta creer es que ellos no se acuerden. Después de tantos años de pelear, de salir a la calle a hacernos oír, para gritar la revolución que todos teníamos adentro y que compartíamos como nunca. Se respiraba un aire diferente, un aire de que podíamos hacer cosas, de que podíamos cambiar el rumbo de las cosas y de que había sueños que se podían hacer realidad.
Sin embargo les hemos dado el lugar a viejos que han perdido su revolución. Se olvidaron de todo. Los que predican por la memoria se olvidan de todo, que ironía.


Recuperemos la voz.
Peleemos por la Ley de Salud Sexual y Reproductiva.

++

martes, 28 de octubre de 2008

Sin obligación de compra

Independientemente del título que lleva este ensayo, obligación es justamente la palabra que quiero desmenuzar.

Obligación: (Del lat. obligatĭo, -ōnis).
f. Aquello que alguien está obligado a hacer.


Hace poco hice un viaje, no muy largo, pero un viaje en fin, y viajar genera obligaciones. Cuando una persona hace un viaje genera en los demás que no viajan el ideal de recibir algo al momento del regreso del viajante. ¡¿Por qué?! El hecho de traer un souvenir debería ser un gesto y no una obligación. Deberían los que no viajan esperar nada a cambio del viajante. Ya es más que suficiente cargar con lo que uno lleva y que no debe perder en el trayecto que además tiene que pensar en pasar por el free-shop en vez de aprovechar para dormir cuando los que no viajan sí duermen.

La obligación es algo que en definitiva tenés que hacer sí o sí, sin respetar los deseos propios de querer o no hacer algo. No es que no me gusten los souvenirs pero no quiero obligar a nadie a traerme algo de donde sea que venga. Me basta una simple anécdota, saber si una gorda se sentó al lado tuyo en el viaje, si un pre púber lloró aniquilando tus deseos de descansar o si te cruzaste con alguien interesante en otra ciudad.

La obligación es una mierda. Es algo que no quiero hacer, es algo a lo que no me quiero atener. Qué hijo de puta el que no trajo un regalito. NO. Si traigo un regalo para vos le tengo que traer algo a todo el mundo. Y lo peor de todo es que antes de salir, alguien siempre te dice: no te olvides de traerle algo a tu madre, algo para llevar al trabajo o algo para traerle a tu amigo. ¿Y yo? ¿Me traje algo para mí? No, no me traje nada para mí, apenas si pude rescatar uno de los alfajores que traje para los compañeros de trabajo.

+

Este ensayo será retrabajado con el correr de los días.

miércoles, 15 de octubre de 2008

D.I.O.S.

Eran casi las 8 de la noche y empezaba a caer esa garúa finita que parece que no, pero moja. Alrededor se veían, se sentían, gargantas estrujadas, pulmones que casi no respiraban, ojos bien abiertos y dientes apretados. La sensación de lo perdido por perdido una vez más y la inhabilidad de hacer de eso algo cierto.
Eran casi las 8 de la noche y ese casi era devastador. Alguno había que ya tenía las manos sobre la cara, impedido de poder ver lo irreversible, mientras lo que quedaban eran monedas, un cambio inservible y millones de insatisfechos. Algo había que hacer, y de una suerte de ateo salió la fe. Miré a las nubes y le hablé, apretando las manos y entrecruzando los dedos.
Hubo que esperar para ver, pero me escuchó.

2-2.

+

lunes, 29 de septiembre de 2008

Un millón de maneras de acabar con el mundo

Jueves 25 de Setiembre:

En la parte inferior de esta misma pantalla, en el pequeño contador interminable, aparecía el número 499 como si se quisiera ir, como si no perteneciera.
De inmediato me comuniqué con uno de los lectores para que fuera el número 500, para que ese 499 tuviera la vida que debía tener. Un breve instante de incomodidad en la ansiedad del administrador y escritor de este blog que sólo quería ver cambiar el número. Unos minutos después esa persona se convirtió en la número 500.

Es un número raro, parece mucho, o por lo menos a mí me parece mucho. No puedo evitar pensar en 500 tornillos, o 500 enanos con paraguas, o 500 sandwiches de jamón y queso, o 500 canales en la canalera, o 500 puntos en la tarjeta del super.
Hay páginas en algún otro lugar del universo internetiano que tienen millones de visitas diarias. Un millón de puntos en la tarjeta del super no es viable, no se puede comprar tanto como para sumar todos esos puntos. Podés canjear todas las cosas de la última página del catálogo de regalos, esos que valen muchos puntos, esos que sólo miramos.
Sí podría vivir con la posibilidad de poseer un millón de millas de viajero frecuente. Podría recorrer el mundo, pasar la mañana en una playa de Brasil y la noche -del día siguiente- en París.
Algo con lo que ningún ser humano podría vivir es con un millón de canales en el cable. Sería infernal, sería el final del zapping, se convertiría en una tortura. Podría demorar días en recorrer todos los canales y a mí no me engaña nadie, porque ponele que tengo 60 canales de cable y la mayoría de las veces no hay nada decente en ninguno y termino mirando bailando por un sueño en un canal de aire.

-------

A los 500 que han dedicado algunos minutos en leer alguno de estos cuentos, Muchas Gracias.

Y a la número 500, algún día seremos libro.

+++++

viernes, 19 de septiembre de 2008

Instrucciones para llorar (Julio Cortazar)

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

viernes, 12 de septiembre de 2008

El mufa

Eran casi las 17:30 cuando se sentó en la tribuna del Estadio. La tarde era fría y se iba a poner peor. La gente entraba a borbotones por las puertas que daban a la gran cancha verde desde antes que él llegara. La sensación de soberbia y solemnidad de la construcción de cemento era inevitable y le había llenado el cuerpo con una extraña energía, casi mágica.
Se había acomodado en el pequeño asiento a pocos minutos del comienzo del partido que miles de personas estaban a punto de presenciar junto a él. En su tribuna cantaban cientos de personas que arengaban la próxima salida del equipo celeste que estaba por saltar a la cancha. La espera no fue mucha, la primera cabeza de los once se asomaba por el túnel cuando los papelitos, el humo, los gritos y la alegría se mezclaron con el aire frío al salir del cuerpo. Los equipos estaban en la cancha y sólo quedaba esperar al ansioso pitido del árbitro designado para la ocasión y una vez que eso sucedió los minutos comenzaron a irse con facilidad, como si el tiempo ya no fuera controlado por los relojes y las agujas sino por los nervios de las 50.000 personas que miraban atentos el rodar desprolijo de la pelota.
Él miraba hacia arriba, hacia los costados y otra vez a la cancha. Rezaba un poco, entre insultos e improperios a casi todos los actores en el campo de juego. El 0 no se movía y quedaba poco para meterse en los 15 minutos de la peor espera. Los ataques de la celeste aparecían de tanto en tanto pero sin concluir con efectividad en el arco rival. Los de la mitad del mundo se defendían y usaban el tiempo que los otros 50.000 perdían para que la pelota permaneciera afuera de la cancha la mayor cantidad de tiempo posible. De pronto, el árbitro, casi parado en el centro del campo extendió los brazos y marcó el final del primer tiempo. Todos se pararon, en un acto inverso que suele repetirse en este tipo de ocasiones en que las personas quisieran pararse para ver el juego y sentarse en el impaz, cuando realmente hay que esperar. La eternidad de ese tiempo lo ponía nervioso y otra vez miraba hacia arriba y hacia los costados y otra vez a la cancha, esta vez vacía.
Se agotaba el tiempo nefasto y volvía el ritual del túnel que hacía un rato había hecho explotar en alaridos a los observadores. Los equipos estaban una vez más, por última vez en la cancha para otros 45 minutos de intentos por romper el 0 en el marcador.
La pelota volvió a su nervioso ritmo de idas y venidas por el césped. El 0 seguía ahí, impertinente, atrevido, entrometido. Era nuestra cancha. La misma que veíamos de chicos desde esos mismos asientos o a través de la pantalla de un televisor o desde un bar. No podía ser, no podía, pero lo hacía. De lejos, de cerca, desde la esquina, por los costados, por el medio, de cabeza, con lo que fuera. La pelota estaba decidida a no entrar.
No quedaba mucho en el reloj y el final se acercaba con vehemencia aunque nadie lo quisiera recibir. Estábamos en la cornisa de empatar en casa, de empatar en nuestro territorio. Lo que nadie esperaba iba a suceder en cuestión de segundos. Estaba destinado a suceder.
Se fueron los minutos, que en otra ocasión pasaban casi desapercibidos. Pero esa noche cada segundo, cada minuto le dolía. A veces se iban en una espera de ómnibus, en una película, en el trabajo, en el fin de semana, pero se iban así nomás, sin preocupar. Esa vez fueron tortura, sudor, vergüenza ajena, malestar, decepción y otro montón de cosas que no quiso sentir pero sintió.
El partido había terminado y se quedó mirando la cancha mientras los que no pudieron se retiraban lentamente. Empezó a preguntarse muchísimas cosas. ¿Sólo él había pasado por ese mal momento? ¿Los otros miles habrían explotado en un grito de gol en algún momento y él no se había enterado? Quizá los diarios del día siguiente dijeran que Uruguay había ganado pero él lo vería por siempre como un pobre empate. 0 a 0 era su resultado y no el de todos. Los demás podrían comentar el partido como una victoria y él estaría condenado a escuchar diferente las cosas, a vivir lo peor. Teníamos un quinto puesto en la tabla para el Gran Evento y el había sido el culpable de eso que tenían que vivir millones de personas. Las dudas eran esas. Él no creía que fuera posible que por una eternidad fuera a suceder lo mismo, porque en veces anteriores se había ido con el pecho lleno de orgullo por su equipo, lo había visto ir al Mundial.
Al otro día quizá se sintiera más tranquilo, más convencido. De lo que no tenía dudas era que iba a volver a ir al Estadio.


Para Ramiro, que dice que ese soy yo.

+

lunes, 4 de agosto de 2008

Non Official International Project I: Barcelona

Prefacio.

Es la primera vez que escribo un prefacio pero lo creo pertinente para que lo que viene a continuación no resulte tan tedioso como seguramente sea. Barcelona es la primera historia de este experimento. Non Oficial Internacional Project es algo que surge de la continua necesidad de escribir siempre sobre lo conocido, del desarrollo de una historia en un lugar sobre el que se conoce absolutamente todo. En definitiva un lugar seguro. Amo Montevideo, es una ciudad con su cuota de globalidad aunque a veces no lo parezca, es un valor dentro del itinerario de cualquier globertrotter, de cualquier conocedor del mundo. Montevideo es un alfiler más en el mapa a recorrer. Decidí entonces comenzar a escribir sobre ciudades que no conozco y que obviamente espero conocer algún día, pero la idea de adentrarme en lo desconocido me gustó y me terminó atrapando.

El cuento todavía carece de nombre por lo que también por primera vez titularé un cuento como Intitulado. Espero que con los días y con las relecturas surja un nombre que le quepa. Es un texto bastante largo, el más largo en mucho tiempo y creo, si no me equivoco, el más largo de todos los que he escrito hasta el momento.

Esta historia es una ficción y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia (siempre quise decir eso).


***


Intitulado.

Era una mañana, de esas clásicas, de esas diferentes en la que algo parece que va a suceder y sucede. De esas mañanas en las que piensan los directores de cine, los corredores de bolsa, los navegantes, los peregrinos, los soñadores, los jugadores de fútbol. Esas mañanas en las que se inspiran los artistas y escritores, los trovadores y sus musas, los políticos, las personas normales y las no tan normales, los sicóticos, los esquizofrénicos, los locos y el resto del mundo. De esas mañanas en las que pasa algo que le cambia la vida a alguien. Así fue esa mañana para mí. Nos mudamos.
Mi padre se paró en el ingreso de la habitación. Y así, con una experimentada mirada de indiferencia me dijo que nos íbamos a mudar, que habían muchas causas -de las cuales tuve que enterarme- que se habían vuelto insostenibles. Siempre pensé que había sido mi madre que se había cansado de la ciudad, del barrio, de las vecinas, del jardín, de la cocina, del cielo, del vendedor de helados y del ruido que hace la puerta de entrada al abrir y cerrar.
Así fue como más o menos se sucedieron los acontecimientos. Paso próximo, armé una mochila con los indispensables para el resto de mis días, por lo menos los elementos inmediatos que asegurarían un mínimo de felicidad en los momentos de necesidad.

Los indispensables: El actual libro de cabecera, Woody Allen, Cómo Acabar De Una Vez Por Todas Con La Cultura, el reproductor de mp3 que aparece en sustitución inmediata del hurto de mi ipod que sería mi opción incipiente, el mate, abrigo, gotitas para los ojos, lentes de sol y el pijama.

El bolso vino después, la mochila sería el equipaje de mano. Una valija no muy grande con toda la ropa que no es mucha y que no es suficiente para variar de look ni siquiera por tres días seguidos cuando ya empiezo a repetir. No fue de inmediato pero estuvo casi en ese nivel de velocidad. La idea era mudarnos a otro país. A otro continente. A uno que no conocía aun –Aunque la idea era hacerlo por mi cuenta en uno o dos años- y que iba a conocer a la fuerza y con mi familia entera. Nos íbamos a España, a Barcelona. No sabía nada de la ciudad. La conocía apenas por lecturas y películas de Almodóvar y alguna fuente de información más a la que pudiera acceder. Nos íbamos a Europa, –Sé muy bien que Barcelona, España es en Europa pero estoy dando apenas una idea de lo sorprendente que resultó la noticia en el momento para mí y el poder que tuvo en desconfigurar completamente mis nociones geográficas- un continente totalmente extraño. Quería conocerlo pero sin dudas no así, no de esta manera, no a vivir y menos sin conocerlo. Ya lo había hecho una vez y desarrollé la teoría de que un lugar para vivir -que no sea el lugar de nacimiento- necesita de un previo reconocimiento –Como un reconocimiento militar- que permita una clara noción de lo que estaría frente a mi.

Aun quedaba la salida hacia el aeropuerto y el stress se notaba en las actitudes de todos. Primero le tocó sufrir al señor que trae el diario por las mañanas cuando mi madre en su locura particular, vació una palangana con agua en su cabeza con la excusa de haberla despertado a las ocho de la mañana un domingo para entregar el diario. -o así fuese para avisar de que la casa se estuviera quemando- Esas cosas no se hacen. Luego fue mi padre cuando estrelló un destornillador contra la ventana del acompañante del auto por no poder sacar una mancha de caca de paloma. A esta altura ya era claro que quizás no había sido la mejor opción la de mudarnos pero así fue y ya no había marcha atrás. No porque no se pudiese ir hacia atrás sino porque ya se habían gastado no se cuántos miles de dólares en pasajes de avión directos a Barcelona.

La mudanza duró una semana. Una semana luego de la noticia inicial decidimos salir hacia el aeropuerto –decidieron-. El avión demoraba en salir y habíamos tenido problemas con el estacionamiento del lugar –No se para qué, pero así fue- No pudimos dejar el auto en el estacionamiento porque no sabíamos cuándo íbamos a regresar pero tampoco queríamos llegar en taxi al lugar porque no nos sentíamos cómodos. Un señor nos ayudó a bajar el equipaje. Durante varios minutos estuvimos parados junto a una cantidad importante de equipaje en el hall del aeropuerto esperando por la señora que surge del alto parlante y avisa, en el momento previo al abordaje, que hay que abordar.

Se mezcló todo junto de manera perfecta para reunir la adrenalina necesaria al momento justo de subir al avión y esperar por la turbina que se encendiera para marcar el comienzo del viaje que había empezado hace ya más de una semana. La mujer del micrófono dio la señal de subir al avión y una vez en el asiento no pude mirar hacia afuera. No hasta el momento en que el aeroplano se elevó en el aire dejando a Montevideo del tamaño de una arveja.

Entre nubes fue necesario pedirle a la aeromoza que sirviera cuatro tragos con alcohol sin importar para nada la edad de los integrantes de la familia. Era realmente necesario calmar los ánimos, y si hubiese existido la posibilidad de encender un cigarrillo en pleno vuelo la hubiese tomado aunque no fume.
El vuelo duró sus buenas catorce horas y no pasó absolutamente nada interesante salvó miradas perdidas y un poco nerviosas al ala izquierda del avión mientras las nubes pasaban muy lentamente sin identificar el cambio de cielo. En un momento, en un instante en el que juré haber estado dormido, el avión tocó tierra y nos aprontamos a descender. La gente que venía en el vuelo se agolpó en la puerta que daba a la manga para ser los primeros en hacer los trámites de migración y poder estar arriba del taxi y en la ciudad lo antes posible.
Costó casi dos horas estar arriba de ese taxi, y casi tres estar en el nuevo hogar, el 1789 de la calle Acerat. Todos dejamos las valijas en el suelo del apartamento y comenzamos –cada uno a su manera- a inspeccionar el lugar. Había que estar cómodos en donde estuviéramos y si era necesario, había que realizar una serie de acuerdos con objetos inanimados, actitud que raya con la locura parcial.

Esa fue más o menos la cadena de acontecimientos, hasta este momento en que miro los marcos de la puerta de entrada al apartamento, a punto de entrar. Es éste el momento en que caigo que todo es de verdad. Uno por lo general no se da cuenta de ese momento, de ese preciso instante en que se entiende la realidad de la idealización de la misma. Muchos saben decirte en qué momento vas a caer y todos cómicamente dicen cosas diferentes. No, este momento es ese momento. Caí.

La iluminación es cálida dentro del lugar lo que se convierte en un plus automático en mi manual de hogar. Odio las luces blancas. Tuve un trabajo en el que la gran mayoría del día se pasaba bajo tierra y bajo una serie de tubos de luz que son un gran NO en mi buen humor. Odié ese lugar. Hasta el día de hoy lo hago. La oficina se llegó a mudar a un lugar más grande y menos iluminado pero parecía que tenían una obsesión con los tubos de luz porque los mantuvieron.

El nuevo piso tiene rincones interesantes, me gusta el apartamento, me siento cómodo. Definitivamente puedo hacer una vida aquí adentro. Queda la selección adecuada de la que sería mi habitación y podíamos pasar a la etapa de estreno del lugar con una cerveza y un buen cigarrillo y algo de buena música.
Hay tres habitaciones. Una que sería obviamente para mis padres ya que dudaba de la posibilidad de que no compartieran una cama. Otra iba para mi hermano pequeño, quien necesitaba el mayor espacio para que pudiera crecer con la mayor ilusión de libertad posible. Y la mía sería la última. Es perfecta, de tamaño, de vista y quedaba la posibilidad de darle algo de color al lugar, pero eso se verá más adelante cuando quede todo mejor arreglado. Las camas eran cómodas. Los españoles deben dormir bien.

Pronto iba quedando todo bien ordenado y listo para comenzar con una vida de algún tipo, no diré tranquila, ni en paz, porque las cosas rápidamente logran sorprenderte y de la tranquilidad se puede pasar al caos en breves instantes y no sería ni la primera ni la última vez que eso sucediera. Hablé con mi padre para comenzar con el pronto estreno del apartamento y entonces bajé a la calle en busca de una cerveza. Salí sin avisar algunos minutos después y cerré la puerta. Esperé el ascensor durante un minuto. Hacía un poco de frío en la calle. Habíamos dejado la primavera en Montevideo y abrazado el otoño Catalán. Un gorro y un buzo de abrigo eran necesarios para soportar la brisa que corría por las calles empedradas.

Una niebla que rodeaba el aire hacía de la luz una penumbra y los carteles de los locales llegaban a divisarse en una especie de extraña visión onírica, algo que me hacía acordar a Tim Burton. Luego de unos cuantos adoquines llegué a un almacén -supongo se debe llamar diferente acá pero todavía no lo averigüé-. El señor que atendía el lugar llevaba unos bigotes enormes y así quizás escondiera algún defecto en la cara. Me miró desde que entré hasta que llegué al fondo. La heladera tenía muchas cervezas que no conocía así que agarré la primera que me llamara la atención y a suerte y verdad sería como se decidiría el estreno del apartamento.
Saqué algo de plata de un bolsillo y quise pagarle al bigotón pero ya no estaba. Atendía una mujer que podía ser perfectamente su mujer. También compartía el bigote pero un poco más disimulado –casi me tiento lo suficiente como para reírme a carcajadas-. Debía ser parte de una moda de la ciudad o del continente. Casi al poner un pie en la vereda escuché el sonido de mi celular. Mi padre, nervioso, hablaba con dificultad y preguntaba por qué había dejado la puerta del apartamento abierta. Contagiado de nerviosismo le dije que no, que no la había dejado abierta y que de hecho recordaba con claridad haberla cerrado.
Pensé lo peor y me apresuré a llegar a la casa.

El pasillo era oscuro por la noche y la asimilación del ambiente se me hizo lenta. Un poco de luz venía de la puerta del apartamento que se abrió rápidamente cuando me paré casi debajo del marco. Mi padre observaba por la mirilla a mi llegada y en susurro nervioso me dijo que había alguien en el apartamento. La cerveza española descansó por ahora al costado de la especie de balde posa paraguas, en seguida al costado de la puerta de entrada. La piel de gallina no demoró en llegar, parecía una lija y apenas si podía respirar. Los ojos de mi padre, desorbitados, buscaban adentro la tranquilidad de que el intruso ya no estuviera. -¿Mamá?- le pregunté. Descansaba en su habitación luego de la larga jornada de mudanza y él ya había revisado su cuarto.
Con un presentimiento caminé lentamente y respirando fuerte. Abrí despacio la puerta de la habitación de mi madre y con un golpe el intruso apareció de la penumbra empujándome contra la pared y tirándome al suelo. De un manotazo pude alcanzar con esfuerzo su pantalón pero su impulso era mayor que el mío y mis dedos desistieron en el intento de detenerlo. Abrió la puerta principal y escapó desapareciendo en la oscuridad del corredor y más rápidamente perdiéndose en las escaleras. Todo sucedió muy rápido y mi madre se despertó con el ruido. La cerveza española aun estaba intacta al costado de la puerta y sin demorar la puse en la heladera. No todo podía arruinarse más allá de la intrusión.

Mi madre surgió de su habitación con los ojos somnolientos por el caos entre mi padre y yo. Nadie tenía la culpa, naturalmente, pero me terminé por hacer cargo de la situación. Alguien debía hacerlo y el mero destino no podía cargar con semejante culpa. El frenesí paró con los minutos hasta que la tapita de la cerveza estaba boca abajo en la mesa y las primeras marcas de vasos iban a aparecer en la madera de la mesa. Con apartamento estrenado e intruso de por medio nos fuimos a dormir.
No era el mejor comienzo en la ciudad ni en el continente. Todos esperábamos que las cosas se calmaran con los días y tampoco teníamos ganas de que algo nos arruinara la estadía.

La mañana nos agarró sin haber dormido lo suficiente y en pocos minutos estábamos todos en pie. Las nubes de Barcelona cubrían el cielo y la luz gris entraba por las ventanas del apartamento que aun no tenían cortinas ni persianas. Quizás fuera por eso que nos levantamos tan temprano y el gris del cielo no era gris sino que era apenas la madrugada y el sol todavía iba a demorar un rato más en llegar. Mi padre estaba en el sillón del living con un café en la mano y el diario sobre la mesa buscando en los clasificados lo que pudiera encontrar. Mi padre había llegado al nuevo continente con trabajo pero eso iba a demorar en empezar. Una empresa de telecomunicaciones lo había incorporado en sus filas pero aun faltaba un mes para su ingreso definitivo. Mi madre revolvía su café a los pies de la puerta de la cocina y yo ya estaba vestido aunque despeinado por la primera noche de cama ajena.

Bajé hasta la calle pero sin salir del edificio. Aproveché a mirar hacia la nueva calle que tendríamos delante por el tiempo que fuera necesario. Un poco para encarar la asimilación necesaria de un nuevo hogar. Mientras estuve parado ahí por unos breves instantes, a unos centímetros de mí estaba el portero del edificio con unos llamativos bigotes. Parecidos a los del señor del almacén de la noche anterior ahora que los observo en una mirada disimulada. Parecidos sería una observación un poco distante, en verdad tenían una similitud sorprendente.
Había visto otros bigotes de la misma calaña en algún otro lugar y no me podía acordar. Estaban en la parte de atrás de la cabeza y querían sin duda venir hacia adelante y no podían.

Volví a casa. Mi padre ya no estaba con el diario en el living, se estaba preparando para salir y lo mismo hacía mi madre. Juntaban todos los folletos /slash/ mapas que habían encontrado en el aeropuerto y se disponían a la actividad turística por el día y yo los iba a acompañar. Estaba en una ciudad nueva y tenía que conocerla.

Salimos a la calle, los tres. El portero nos miraba con atención. No con interés, pero sí con atención, con una preocupación mínima de alguien que es el encargado de cuidar la puerta del edificio. Casi como un vigía de la edad media. Esos tipos que cuidaban en lo alto de la torre de un castillo y que debían de poseer –en aquella época- una gran vista, adaptada para divisar por lo menos unos cuantos horizontes de distancia.
Nos miró. Yo me di cuenta. Cruzamos la mirada por unos segundos pero no creo que el se percatara de la sensación que me quedaba al mirarnos.

Caminamos por Las Ramblas (En catalán Les Rambles), primer evento turístico del viaje, hasta llegar hasta la costa de Barcelona. Una serie de kioscos de revistas, cafeterías y restaurantes hacían la suerte de paredes del lugar. “Las Ramblas es uno de los lugares de mayor atractivo y concurrencia (…) Paseo situado entre la Plaza de Cataluña y el puerto antiguo.” Explicaba el folleto /slash/ mapa. Uno de los tantos elementos que nos facilitaban la visita a la ciudad. Los catalanes, aunque sepan muy bien el idioma español, ya que es una de sus lenguas maternas, se rehúsan a utilizarla ante los turistas que preguntan y exigen respuestas. Esto hace que muchos de ellos –los turistas- hablen mal de la gente de esta ciudad cuando salen de la misma.
“Cerca del puerto acostumbran a instalarse mercadillos, así como pintores y dibujantes de todo género, destacando la zona por su índole artística y cosmopolita. Paseando por Les Rambles pueden admirarse varios edificios de interés, como el Palacio de la Virreina, el mercado de La Boquería y el famoso teatro de Gran Teatro del Liceo, en el que se representan óperas y ballets.” Mi madre miraba asombrada la fachada del Gran Teatro y allí fue el primer lugar de interés en el que entramos. Caminamos durante un largo rato por el interior del teatro mientras un guía nos contaba cosas del lugar que podrían o no interesarnos. Yo me quedé con: “En 1893, el anarquista Santiago Salvador tiró una bomba en la platea del Liceo que causó 20 muertos.” No es por raro, que de hecho lo soy, pero ese fue el dato que más impacto me causó de todos los que salieron de la boca de aquel guía aburrido y oficialista.
En muchos lugares de Barcelona se pueden ver banderas con los colores rojo y amarillo por todos lados. Es la bandera de la Cataluña.

El paseo de Las Ramblas termina donde comienza el puerto antiguo. Allí hay una estatua de Cristóbal Colón señalando el mar y a pocos metros se ubica el Museo Marítimo, pero allí no entramos. Paramos durante un segundo en uno de los cientos de kioscos que hay por la vuelta para comprar algo de comer. Me había entrado el hambre por el paseo. El señor que atendía en el kiosco lucía unos grandes bigotes que se me hicieron muy familiares. El hombre del almacén de anoche tenía unos muy particulares y muy parecidos y también el portero del edificio y alguien más que no puedo asociar pero que tengo entre ceja y ceja y será sólo cuestión de utilizar mis destrezas detectivescas que también es probable que no aparezcan. Alguien tenía esos mismos bigotes y no eran una particularidad española, había visto películas españolas antes y no era algo así como un obligado detalle en la dirección de arte. No podían tener esa similitud tan sorprendente; tres bigotes muy parecidos en cuestión de algo más de 24 horas.

Luego de semejante caminata y paseo, regresamos todos –hasta el niño colgado de uno de los brazos de mamá y papá- al apartamento. Todavía me cuesta decirle casa. Cuando llegamos, el hall del edificio estaba vigilado por el mismo portero bigotudo. Traté de mirarlo sin mirar pero una vez más no logré disimular lo suficiente como para que el tipo no se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Lo estaba midiendo, estaba intentando descifrar quién era y por qué esos bigotes me llamaban tanto la atención y no era que yo todavía casi no me afeitaba, casi.

La noche pasó sin sobresaltos aunque la canilla del baño comenzó a no cerrar bien y goteó. Como todos los dolores con los que la gente se suele levantar que surgen de un día para el otro, sin aviso, sin pedir permiso para complicarte la vida. Como las mujeres, que aparecen así de repente y uno no se entera pero ya comenzaron a complicar las cosas, aunque esa es la parte divertida.

El despertador me incorporó temprano en la mañana. Eran las 7:30 según el reloj del celular. La luz del apartamento todavía era muy tenue y una música muy suave salía de un radio grabador que estaba en el suelo al costado de la cama. Me preparé un café y salí a la calle a visitar por mi cuenta para tratar de calmar un poco los ánimos y evitar al hombre de bigotes. Quizás, si el humor era el suficiente, hasta podría conocer gente.
La calle estaba tranquila, no pensé que pudiera estar tan mansa un jueves de mañana pero se ve que era así. Caminé por horas, miré lo que pude y traté de no visitar los lugares que ya había visto. Todavía paseaba por calles adoquinadas que debían tener siglos de historias y de cuentos. La similitud con las calles de Montevideo era asombrosa y hasta me erizaba la piel en algunas zonas de la ciudad. Las calles con techos de árboles, los cafetines y los huecos entre edificios y casas que dejan ver el mar sobre la rambla.
En ningún momento me inundó la ciudad que tenía casi todos los ingredientes que a mí me servían como para vivir en el lugar.

Cuando el sol ya quitaba la sombra de los postes y los caminantes y los únicos lugares de resguardo eran bajo el follaje de los árboles, me senté en el primer café que crucé. El lugar parecía un bar de Montevideo; la ciudad no conseguía hacerme sentir un extraño salvo por el lenguaje de los catalanes y su manía de no hablar español ni inglés.
En una de las mesas del cafetín había una señorita muy linda. Ella cruzaba miradas conmigo repetidamente y en algún momento tenía que juntar el valor como para acercarme a hablar. Un morral descansaba a los pies de su silla, y ese detalle me terminó por cautivar por completo.
Tomé la taza con una mano y recogí mi morral con la otra y en el momento en que me paraba para acercarme, entró por la puerta del café un señor con bigotes que no hizo más que ponerme nervioso. Otra vez esos bigotes y otra vez la misma duda de quién carajo era y de dónde venía esa peluda semejanza. Pelo tras pelo tras pelo, me desarmó la valentía que había conseguido reunir para hablarle a la hermosa chica que seguía sentada en su lugar y que no se iba a mover por un rato más. Pero yo ya no podía mantener el objetivo de acercarme, mi guardia estaba demasiado baja y en lo único que podía pensar era en ese labio sin afeitar, esa nariz con escoba.

Una gota de sudor apareció sobre mi frente y en ese momento en que todo estaba por desmoronarse del todo, decidí terminar de colocar el morral sobre mi hombro y salir del café. Caminé bastante rápido sobre los adoquines en dirección hacia el apartamento. Cuando llegué hasta la puerta de entrada el portero no estaba y me apresuré en abrir la puerta de vidrio y llamar el ascensor. Uno, dos, tres, cuatro, los números digitales en rojo pasaban un poco lento para el humor que tenía y sólo atinaba a presionar el botón ocho que ya estaba iluminado con la yema del dedo gordo.
Entré en la casa, dejé el morral en un costado y me arrojé sobre el sillón. Cerré los ojos y dormí hasta la tarde cuando me despertó mi padre para merendar. No salí durante el resto del día y aproveché en la noche a ordenar y acomodar mis cosas en la habitación. Poco rato después ya había logrado conciliar el sueño producto de la caminata matinal y de aquel extraño bigote.

Volví a salir a la mañana a la calle y el portero estaba barriendo la vereda. Acá también barren la vereda –tuve un minúsculo pensamiento-. El hombre miró hacia mí por encima de su hombro sin detenerse en su actividad y sonrió. Detecté cierto sarcasmo en esa risa y eso me sacó por completo de mis casillas, al momento en que me daba cuenta que el señor era el intruso de la primera noche. Tomé carrera y nos agarramos a trompadas, allí mismo en el medio de la calle en Barcelona. Grité todo lo que tenía contenido; la mudanza, el viaje, los bigotes, la falta de bizcochos. Todo. Estaba enojado. Algunos vecinos intervinieron en la pelea y nos separaron y lo primero que atiné a hacer fue subir nuevamente al apartamento.

Les conté mi teoría de los bigotes a mis padres, naturalmente se pusieron nerviosos y comenzaron a hacer llamadas, entre otras a la policía desestimando mi pedido de no realizar un llamado a las autoridades. Mi madre se había puesto mucho más nerviosa que mi padre cuando asoció que el bigotudo había estado dentro de su habitación la primera noche en la que el tipo entró a casa.
Después de unas horas, los dos se habían calmado bastante y todo era un poco más normal. Mi padres estaba mirando fotos de Montevideo, de la casa, de la familia, de amigos, etcétera. Luego de pasar unas cuantas polaroid que estaban en una caja, pasó por una que le llamó enormemente la atención. En una de las fotografías, mi padre y yo estábamos parados en la vereda, casi al borde la calle, sobre el cordón. Detrás de nuestras figuras aparecía un señor de bigotes que miraba atentamente a nuestra casa desde la vereda de enfrente mientras barría las hojas de otoño que había sobre el pasto de la casa vecina.
Mamá vino a mirar la foto y se dio cuenta de algo que no parecía probable, por lo menos para papá y para mí. Ella conocía a este señor de bigotes. La que nos resultó desconocida fue mamá, que guardaba un secreto de infancia.
A sus 20 años, ella grabó un programa piloto de televisión que nunca logró salir al aire. Eso es un “piloto”. Un programa que se graba para ser testeado y medir su potencialidad ante la audiencia. Mamá había sido una estrella de televisión o si ese no fuera el epígrafe que ella quisiera, por lo menos había sido una suerte de child star.
Lo importante no era el contenido ni la temática del piloto sino lo que produjo en este señor de bigotes. Él era el único y más adepto fan de mi madre. Este señor había sido marcado por la capacidad /slash/ belleza de mi madre en su adolescencia televisiva. La había perseguido enviándole cartas, flores, y otros regalos impronunciables durante muchos años. Mi madre, en realidad sus padres debieron intervenir en esa situación. Habían conseguido una orden de restricción y no permitía al señor de bigotes, cuyo nombre aun no sabíamos, acercarse a menos de 200 metros de distancia. Esto obviamente no se cumplió en algunas ocasiones por el hombre.
Durante el paso de mi madre por la universidad, éste hombre había mandado una serie de sobres que contenían los deberes hechos para las clases y exámenes. No sé y no quiero saber por lo que debe haber pasado para hacerse de la información necesaria y conseguir todo ese material.
Obviamente, mi madre se casó con mi padre. También hay fotos del hombre de bigotes en la fiesta de bodas. Una suerte de perejil /slash/ imbécil que figuraba en todas las actividades de mi madre durante el correr de los años.
Durante toda mi infancia y sin mi conocimiento ni el de mi padre, ella había tenido un admirador muy secreto que rondaba por mi casa, barría las veredas de enfrente, etcétera. Es aterrador enterarse y luego un poco tragicómico. Es decir, pobre hombre. Ahora al saber toda la historia, siento un poco de lástima por este señor. No se si está bien o mal que yo sienta estas cosas, pero por lo menos algo debería decirle cuando baje una vez más a la puerta del edificio.
Mi padre no sentía lo mismo. No sentía lástima, para nada, sentía lo mismo que sentí yo cuando le propiné un par de golpes hace no más de una hora. Costó unos minutos contenerlo para que no bajara a la vereda. Naturalmente yo lo entendía y si no fuera por mi madre ya estaríamos, los dos, dándole la paliza de su vida.
Decidimos descansar unos minutos antes de tomar alguna acción. Abrimos unas cervezas que quedaban en la heladera y todos nos relajamos por un rato.

Algunas horas después tomamos la resolución de volver a Montevideo. No pensábamos quedarnos en Barcelona con el bigotón siguiéndonos a todos lados y era evidente que unas buenas trompadas no iban a impedir que éste siguiera allí.
Algunos días después, cuando ya nos debíamos dirigir al aeropuerto, resolvimos salir del edificio, vestidos con atuendos y disfraces improvisados para despistar al fanático de bigotes. Al llegar a la planta baja, luego de un lento paseo de ascensor, el bigotón no estaba más. No porque ya no estuviera sino porque sin duda se había ausentado por un momento. Mi padre paró un taxi y no puedo ni imaginar lo que debía estar pensando el taxista que nos devolvía al aeropuerto para alcanzar nuestro vuelo. 4 personas totalmente disfrazadas que no debían pasar por seres mínimamente normales.
Cuando llegamos al aeropuerto bajamos nuestras valijas y caminamos hacia el sector de check-in previo al abordaje al avión. No había personas con bigotes gruesos ni nadie sospechoso de fanático.
“El aeropuerto de Barcelona, código: BCN es un aeropuerto español de la red de AENA que da servicio a la ciudad de Barcelona. Se encuentra 10 Km. al suroeste de Barcelona, en el municipio de El Prat de Llobregat, a una altitud de 4 metros sobre el nivel del mar. Es el mayor aeropuerto en extensión y tráfico de la Comunidad Autónoma de Cataluña, y el segundo de mayor tráfico de España tras el Aeropuerto de Madrid-Barajas, con el que mantiene la línea aérea regular de pasajeros más transitada del mundo. Además es el octavo aeropuerto de Europa por pasajeros y el 35º del mundo.”

El vuelo fue tranquilo. Escuchamos la voz del piloto en varias oportunidades informando la duración del vuelo y el clima en Montevideo al momento del arribo. En todas las intervenciones del piloto no pude sacarme la idea de la cabeza de que la persona que nos hablaba, nos hablaba directamente a nosotros. Un piloto de bigote grueso que nos iba a perseguir de vuelta hasta nuestra casa.

Pasamos un par de noches en la casa de la abuela antes de ir a nuestro nuevo apartamento en Brito del Pino. Luego de descargar todo y de instalarnos nuevamente y de pasar otra vez por la ardua etapa de mudanza, salí a recorrer los almacenes que ya conocía por andar antes por el barrio.
Por suerte no había almaceneros, ni carniceros, ni veterinarios, ni vecinos con bigotes grandes. Una vieja, un piso más arriba del nuestro tenía bigotes pero dudo que calificaran para ser un fanático depravado.
El sol de las cinco de la tarde caía sobre la primaveral Montevideo. La luz entraba por una rendija de la ventana de mi habitación transformando la iluminación en algo perfecto. Todavía quedaban algunas cosas de la mudanza apiladas contra una pared y mis planes eran eliminar todo ese material para dejar pronta y a gusto mi habitación. Mis padres habían salido de compras para la cena supongo y volverían en un rato, pero seguramente no querrían ver más los embalajes cuando regresaran.
En una de las cajas que había quedado encontré un VHS con el título: Yo en la TV. Cuidadosamente enchufé un VCR y metí el cassette en el mismo, apreté play en el control remoto pero tuve que pararme a apretar play en el aparato porque el control, o no tenía pilas o directamente ni siquiera funcionaba, lo que era lógico porque estaba en la familia desde antes que yo naciera. Unos minutos después creo que todavía miraba la pantalla luego de terminada la cinta. Era el programa. Era mamá en la televisión, tal cual expresaba el pegotín en uno de los costados del VHS. El bigotón estaba en la primera fila, aplaudiendo, saltando, exaltado con la performance, divirtiéndose con muy poco y siendo todo un fan. Ésa, fue la última vez que lo vi.



+

jueves, 17 de julio de 2008

La verdad de la milanesa

Alguna vez, de chico, escuché este dicho popular. En más de una ocasión me pregunté acerca de su significado pero pocos segundos después, no hacía más que olvidarme de la cuestión. Por eso ahora que me acordé, no le pienso dejar una sola posibilidad de escapatoria y pretendo buscarle una explicación y significación que al menos a mí me saque la duda.
La verdad de la milanesa es una sola, pura, incuestionable como su propia receta y preparación: pan rayado, carne (Recomiendo el corte de nalga) y huevo batido para mojar la carne y dejar que el pan rayado se adhiera con perfección a la misma. (Aquí dejo lugar al primer y único secreto sobre la verdad de la milanesa que revelaré al finalizar el texto*)

Sus conocidos e inalterables ingredientes dejan lugar a una sola conclusión: No existen dos milanesas diferentes. Lo que sí existe son los tipos de cocinado: 1. Con pelitos. (He escuchado esta forma de llamarla por su particularidad de mantener unos pelillos generados por el aceite o el pan rayado. 2. Normal. Clásica. Única e irreformable.
También hay quienes la cuecen al horno, modo de preparación que también queda muy bien pero que de la misma manera no altera el producto final sino que propone una finalidad más saludable.

Estos tipos de cocinado muchas veces dependen del cocinero y del lugar. Algunos bares cocinan las milanesas de la primera forma y la gran mayoría, y los que en definitiva no sorprenden a los consumidores –que no buscan la sorpresa en la milanesa y esto es muy importante- las preparan de la segunda. La llegada magistral del mozo/a con la milanesa puede frustrar o truncar la mirada infantil y el deseo por el producto de parte del comensal por el descubrimiento atroz de que está preparada de la primera manera mencionada anteriormente. El acercamiento, en este caso, del cliente es prudente; terminará por comerse la milanesa quizás con el mismo placer con el que se comería la milanesa clásica, pero la frustración visual de la misma es fatal.
Se puede decir, sin hacer conclusiones aun, que la verdad de la milanesa habla de un aspecto incuestionable sobre un caso particular.

Esta verdad se aplica a situaciones particulares que parecen no tener diversas observaciones. Las observaciones pueden ser realizadas subjetivamente por una persona, pero la verdad última acerca de esas cuestiones es una sola. Por ejemplo, cuando termina un partido de fútbol siempre se dice lo siguiente de ambos equipos: o ganó uno, o perdió el otro. En este caso se presenta una ambigüedad sobre el resultado del partido, que si bien es uno solo e inmodificable, el protagonista final del mismo parece cambiar; o por lo menos existe la posibilidad de cambiarlo de parte del observador subjetivo. O ganó Peñarol o perdió Nacional pero en ambos casos el resultado final en goles es el mismo. Esta ambigüedad aporta a nivel de trámite, de desarrollo del juego. Un equipo pudo haber dado todo de sí mismo para ganar el partido y aun así no haberlo conseguido, y entonces se dice que perdió el partido. De la otra forma, un equipo pudo haber aplastado al otro, sin dejarle chance a una posible recuperación, y así, se dice que ganó el partido, y en buena ley.
Se pueden dar varios de estos casos en los que dos posibles observaciones existen sobre una misma materia. Sin embargo, cabe la posibilidad que sobre este tipo de casos se pueda dar, en un aspecto de los mismos, la verdad de la milanesa. Un aspecto incuestionable, una parte de la historia que no considera dos versiones sino que es una verdad que queda calada sobre el tema y para demostrarlo de una manera un poco tosca pero finalmente efectiva, se puede decir que la verdad de la milanesa sobre el caballo blanco de Artigas es que era blanco. Puede existir algún estudio amplio y exhaustivo sobre el tema que diga que Artigas se subió y cabalgó alguna vez sobre un caballo de otro color, pero el caballo de él, era inexorable e históricamente blanco.

La verdad de la milanesa puede aplicarse tanto a casos simples como a casos más complejos como el agujero central de las tortas fritas, las margaritas de crema (originales) o las margaritas de dulce de leche (plagio bastardo), el chorizo en el guiso de lentejas, la tapa de las galletas dulces y el pancho. Sin dudas debe haber una mayor cantidad de casos sobre la verdad de la milanesa pero queda claro finalmente y ahora sí a modo de conclusión que esta verdad es única. No tiene bajo ningún aspecto, una segunda o alternativa posibilidad que cambie la naturaleza de la materia en cuestión.
Estos tipos de verdades son los que de alguna manera terminan por ser la estructura de los iconos sociales y culturales y que son parte de nuestra historia, como el pan con grasa, las chancletas en verano y los bikinis.

Hasta la próxima.


+


*He aquí el único secreto sobre la verdad de la milanesa, y es que hay que pasarla dos veces por huevo. Es decir: huevo, pan rayado, huevo, pan rayado.


|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||


Comentario del Autor:

Gracias a un comentario de un lector quiero aclarar algunas cosas y corregir otras.

Primero, Los "pelitos" de la milanesa se logran cocinándola con harina (Esa te la doy, tenés razón)

Segundo, (y esta no te la doy) la milanesa Napolitana no cabe dentro de esta discusión ya que pertenece a otro grupo de milanesas. No es la milanesa per se, la milanesa vieja y querida, la milanesa con puré.
La milanesa napolitana es un invento de las altas familias mafiosas de Chicago que son descendencia italiana, o sea, generaciones hijas de italianos pero nacidos en Chicago y con malos modales. Las amas de casa ponen la sangre de las víctimas sobre la milanesa como una forma de redención o de regocijo sobre el asesinato y se come una sola milanesa napolitana y no varias como sí se puede en la milanesa con puré. Eso sucede en el sur de Chicago, en el norte no sucede, no se bien por qué.

Gracias.

lunes, 14 de julio de 2008

Google se olvidó de la Revolución Francesa

1789.

Siempre veo que el portal buscador hace referencia con su logotipo principal a hechos que ocurrieron en la historia. He visto su logo transformado en muchísimas oportunidades pero esta vez no lo vi. Sus colores no muestran la bandera française, no muestran la bastille y ni siquiera la liberté.
Hoy se cumplen 219 años de un número de puerta para algunos y códigos pin para otros. En fin.

Salut.

lunes, 9 de junio de 2008

Homenaje.

El niño pasaba el pie por arriba de la pelota tratando de levantarla en el aire y poder ejercer su ansiado control sobre ella. La pelota rebelde no hacía más que elevarse apenas un metro en el aire y volver a caer sobre la tierra del campito. Ponía el pie por debajo del balón y con la mirada atenta la veía caer, pero sólo la sombra del balón posaba sobre su champión antes de tocar el suelo.
La pelota rodó unos metros delante de él y no la miró, no por vergüenza y tampoco por renegar de lo que pudiera hacer con ella, si lo intentaba algunas veces más era seguro que consiguiera dominar a la pelota pero por ahora ella lo dominaba a él.
La pelota siguió girando por el suelo mientras un enorme camión pasaba por la calle repleto de personas vestidas de amarillo y negro, con manchas negras en la piel y con la garganta dolorida.
El niño miró pasar atento aquel camión mientras sudaba al rayo del sol de invierno, parado sobre el polvo del campo, recuperando su postura y adquiriendo el orgullo con el que su abuelo alguna vez le había contado que tenía que mirar esos colores.
Eternas tardes había pasado escuchando sobre un equipo que nació en primavera y que se llenó de enormes jugadores que lo hicieron grande y que lo llenaron de historia y de gloria mundial. La garganta de su abuelo había dejado de gritar hacía tiempo. Una sequía de títulos había despedido a un hincha que le había contado todo sobre Peñarol, sobre los peñaroles, los ferrocarriles y la piel quemada de una tarde de fútbol.
El camión pasaba festejando con la voz en el viento y el niño lo miraba alejarse. Puso su pie sobre la pelota que estaba detenida en el suelo y ésta vez la pelota subió en el aire y volvió a subir y volvió a subir. Dominó cinco o seis veces el balón antes de que volviera a picar en la tierra. Sonrió y volvió a mirar el camión que daba la vuelta al campito. Agarró la pelota, se la puso bajo el brazo y corrió a su casa porque el partido estaba por comenzar.



Dedicado al Glorioso Peñarol.

martes, 27 de mayo de 2008

No soy narcisista. (27/5)

Ayer, a las 23:30 hs. aproximadamente, mi madre rompía bolsa mientras hacía una crema en una humilde cocina de un apartamento sobre Brito del Pino esq., Silvestre Blanco, lugar donde nací. Tuvo un breve trabajo de parto, no fue mucho, apenas un par de horas. Nací a la 1:59. Ni muy temprano, ni muy tarde, y pesando 3.110 Kg, y el perímetro (si es que se dice así) era de 33,5 cm. (si es que ese número puede ser así). No se cuál fue mi primer gesto hacia el mundo aunque sin duda fuese un llanto elocuente y algún que otro gas que pudiera largar para eliminar las impurezas de los primeros días, pero nada fuera de lo normal. No se si empiezo a vivir mis 24 o estoy viviendo mi vigésimo quinto año. No tengo mucha idea si empieza la bajada o si todavía puedo seguir subiendo, pero que venga. Todavía soy un pibe y ya hay gente que me daba por lo menos 30. Es un placer no darles la razón, aunque me siento viejo solo de decir eso. Es para personas más viejas decir eso, creo. Todos dicen que me odian por tener 24, cosa que me deja la duda si llegué más temprano al mundo o si mis padre en un intento por concebir un niño prodigio me inscribieron prematuramente en el colegio. No se si su plan les salió redondo.
No soy narcisista pero fui el primero en acordarme de mi cumpleaños.

jueves, 15 de mayo de 2008

Tres y un envoltorio

(Basado en hechos reales de la crónica policial)

---

En esta prisión se convive entre hombres y mujeres. La separación por género fue implantada en 1978 por el último director de cárceles que no murió en el Penal.

---

Para decir la verdad y aunque no parezca, esta es una historia de amor; rara, es verdad, pero se trata de amor y eso no se puede poner en tela de juicio. Eso es algo que no se puede esconder en ningún lugar.

La gente es morbosa por naturaleza y esa es la verdad primera y eso viene de un carcelero que ha visto a hombres enormes romper en el llanto sumidos en la oscuridad y pedir por sus madres.

Entraron aquí por un envoltorio de alfajor que los vendió. Las ironías de la vida a veces te dejan estupefacto. Un envoltorio de alfajor. Algo dulce compartido en un muy mal momento o la distracción de haber ensuciado la vía pública con la vehemencia de una persona completa y finalmente normal. Sólo eso no los hubiese traído hasta aquí y sin embargo lo hizo. Un detalle detectivesco. Un detalle de Sherlock Holmes. Un detalle que una vez más haría sentir mal a Watson.

La podrían haber intentado matar cincuenta veces y aun así esta historia sería la misma, no es relevante que hayan sido tres y que Élida haya fallado sus intentos de llevar su amor a lo más lejos que su mente y todas las fibras de su cuerpo le permitieran. Marcos le había pedido mil y una veces que se hiciera cargo de la situación, nunca le pidió de manera literal pero ella lo llevó a cabo y no se le puede cuestionar su firmeza para llevar adelante lo que piensa. No se cuánto tiempo tuvo que esperar ella antes de empezar a desesperarse por pasar tiempo a solas con su amante y no tener en el medio a absolutamente nadie.

La cara de Élida hoy es algo tragicómica. Descansa en calma en su celda ahora, sin dejar de pensar un segundo, no sé en lo que piensa pero se nota que piensa, que todos los gestos y estímulos de su rostro indican que piensa. ¿Estará arrepentida, estará feliz? Apuesto a un sentimiento ambiguo, a no saber si está bien o está mal. Por lo general se intenta o se hace el esfuerzo que a veces es en vano, de que todos los que aquí descansan lo hagan sabiendo que deben estar aquí y no en otro lugar. Quizás esté siendo demasiado ético y este mundo ya no tenga lugar para éticas de ningún tipo. Se hace el esfuerzo. Quiero creer que se hace.

18 años llevo trabajando en este lugar y es la primera vez que uno de los que están aquí no logró su cometido asesino-psicológico en su primer intento. Tres veces, es de no creer, todo el mundo los mira, son la noticia nueva Élida y Marcos. Una vez lo intentaron ellos, las otras dos lo hicieron a través de otras personas pero de ellos no se sabe nada. Quizás aun se puedan amar acá adentro, están un poco lejos por las separaciones de género que hay acá, pero en una de esas, quién sabe. Por lo menos lograron sacarse de encima cualquier cosa que sentían tener en el medio, tanto como para matarla.
Parece sacado de una película. Casi.

Todo lo que ellos querían era estar juntos y casi lo logran si no fuera por la mala fortuna y algo de mala puntería. No estoy a favor ni en contra de nadie pero desde acá no puedo evitar tomar en cuenta las dos partes de la historia.
La chica que está afuera, no recuerdo bien su nombre a pesar de estar en todos los diarios, bueno, no me acuerdo, vamos a llamarla Patricia. Patricia es contadora creo o algo así. Ella conocía a Marcos hacía 17 años y estaban casados. Tienen una hija de un año. Parecían tener todo lo que muchos quieren y sin embargo no lo tenían y estaban lejos de quererlo, por lo menos uno de los dos.
Son de esas cosas que a veces pasan con el tiempo, de esas cosas que no muchas veces entendemos de la mente humana pero pasan y es así.

Los ojos de Élida estaban tiesos, abiertos, grandes, mirando a un vacío que terminaba en bloques de cemento que iban a ser sus paredes durante un largo tiempo. A veces escribe en una libretita sin rulos que le dejan tener adentro de la celda. Cuando termina de escribir llama a una de las guardias que vigila cerca de su celda golpeando suavemente los barrotes con el lápiz. (Cuentan las guardias del pabellón femenino durante los ratos en que nos cruzamos) Esto lo hacía para resquebrajar el grafito del lápiz y recibir uno nuevo y diferente cada semana. Supongo que la gente aquí adentro necesita de las sorpresas.
La guardia tomaba el papel que Élida le daba y recorría varios quilómetros de cárcel para entregárselo a Marcos. Algunas veces Marcos respondía y otras veces no, pero respondía cada vez, sólo que otras cuantas, algún guardia decía encontrar información reveladora entre líneas y destruía las cartas que se mandaban.
Esto fue así durante un tiempo y creo que los primeros dos años fueron los peores para Élida y Marcos. Quién sabe si hubiesen permanecido vivos de no ser por los ratos en que se veían y parecían perderse en cada uno.

Sé por comentarios de otros guardias que se van a casar aquí adentro. Pidieron hacerlo en la capilla del Penal y habría fecha pactada para el 26 de agosto, dos días después de resolverse el divorcio de Marcos y Patricia allá afuera.
Las cosas son complicadas aquí adentro y no se puede depender de la esperanza. Eso es algo muy peligroso. Realmente espero que cuando terminen de cumplir su condena por algo que en definitiva no hicieron aunque hayan sido tres veces, se puedan volver a juntar y puedan vivir en paz lo que tienen entre los dos.



+++

martes, 6 de mayo de 2008

Peluzzo's

20 de abril de 1948.

Me levanté de mal rollo y no fue el último whisky de ayer, rara vez me cae mal. Es verdad que el hielo ya casi no estaba en el vaso y el alcohol se había aguado pasando a ser algo que no bajaba del todo bien. Mi mujer estaba limpiando en la cocina y cuando me aparecí por allí no dio muestras de animosidad ni de ningún tipo de entrecruzamiento de su carácter –Por lo general lo suficientemente retorcido como para poner más que una pizca, un manojo de algo que se te mete entre los dientes y pasás mucho rato tocándolo con la punta de la lengua sin poder sacarlo-.

Caminé lento hacia la pileta de la cocina a buscar un vaso para tomar agua ¡y me miró y hasta sonrió! (Perdón por el signo de exclamación, no es mi estilo pero su sonrisa se lo mereció) –Me río casi sin pensar, me río para adentro y hasta hago una mueca poniendo los dientes por encima del labio inferior, el mismo gesto que hago cuando a veces miro fútbol-. Algo estaba tramando sin duda alguna y me está tomando por iluso. Voy a inspeccionar por más detalles hasta llegar al fondo del asunto.

Quizás podríamos armar un cuarto al fondo de la peluquería y conversarlo con los muchachos durante una sesión de cartas, o mientras miramos a Carlos y Enrique jugar al ajedrez. Deberíamos quitar los cajones de licor para hacer lugar y hablar con Mario para conseguir una mesa.


21 de abril de 1948.

Sin detalles. Gloria no estuvo en la casa durante todo el día.


22 de abril de 1948.

Esta situación excede mi entendimiento. Por otro lado no tengo ninguna discusión con Gloria y estos últimos dos días han sido los más felices de mi vida con esta mujer. Este matrimonio pudo haberse salvado desde lo platónico y lo absurdamente irónico. La posibilidad de un affaire curativo podría ser el comienzo de una gran teoría a desarrollar por los periodistas; eso, o de una gran comezón.

Las llaves no estaban donde siempre y el café preparado por Gloria estaba frío. Revisé la cafetera en busca de algún desperfecto pero funcionaba lo más bien. Las gotitas de café caían a destiempo pero siempre lo hicieron así, desde el año pasado cuando la mancha de humedad invadió el techo y Máximo después nos ayudó a arreglarlo con unas cuantas manos de pintura.

Esto tiene otra vuelta de tuerca y lo voy a descubrir. Ahora que miro los enchufes también funcionan bien, les llega electricidad.

Máximo llamó para avisar que consiguió la mesa de Mario. La esposa de Mario no la cedió con la mejor de las voluntades si es que no lo hizo contra su voluntad, pero la mesa sin duda nos viene bien para profesionalizar aun más las reuniones en el fondo de la peluquería. Queda limpiar y correr los cajones. Lo hago mañana a primera hora. Máximo siempre consigue todo, es siempre el responsable de que las cosas salgan o no, pero el siempre se hace cargo de todo. Va a ser una buena partida de ajedrez, una para la historia.


23 de abril de 1950.

La habitación quedó perfecta. Rompimos una de las botellas de licor y lo lamentamos y mucho. 200 $ de un perfecto licor tirados a la basura. Traído especialmente, es una lástima. De cualquier forma las cajas quedaron debajo de la mesa. Es una posición estratégica para las noches en las que no se pueda ir a buscar algo para acompañar la noche. Estará ahí, bien cerquita.

Sin reparar en el licor derramado, Carlos y Enrique jugaron por horas hasta que decidieron dejarlo en tablas porque ninguno quería mover nada por miedo a perder, acordaron terminarlo en algún otro momento y espero que lo hagan pronto.

(…)


3 de junio de 1950.

Han sido mis mejores años. He conversado poco con Gloria y mi vida ha cambiado. Los muchachos de la peluquería me dicen que esto realmente podría funcionar y están de acuerdo conmigo en el asunto de la teoría que sale a colación por lo menos una vez al mes en las sobremesas de ajedrez en el cuarto del fondo. Nuestro matrimonio atroz puede funcionar. No hay discusiones porque no hablamos, no hay encuentros incómodos porque casi no nos vemos y creo que hay posibilidades de que una relación con Gloria se mantenga dentro de estos parámetros amnistíacos y diplomáticos y de que en algún momento logremos hablar con mayor asiduidad.


8 de julio de 1950.

Hoy vino un hombre, un cliente. Egocéntrico, infeliz, contento, quita mujeres, buscapleitos, en fin, el amante de Gloria. Dijo no conocerme repetidas veces y habla de una mujer tan quisquillosa, pomposa y enamorada como Gloria en nuestros buenos años, nuestros primeros años! Habla de sus vestidos, habla con la tranquilidad de alguien que no tiene idea con quién habla y no hay otra mujer capaz de llevar esos engorrosos vestidos con la tranquilidad y desvergüenza que solo ella sabe tener y el dice que ella tiene.

¡Hijo de puta! Debería llevarlo a duelo en cuanto confirme la veracidad de esta teoría que los muchachos ya verifican y asienten con algo de vergüenza y hasta les cuesta bastante mover la cabeza hacia arriba y abajo.

¡Ninguna de mis tijeras se acercarán a ese pelo ni el talco caerá sobre su nuca! ¡No habrá corte de cabello para ese hombre!

Las tijeras son un regalo de casamiento de mi padre. Por esa época ya era peluquero. Peluzzo’s todavía no existía pero la madre de Gloria ya no estaba de acuerdo con mi vocación, decía que no era rentable y cómo su hija se podía casar conmigo. Qué le puedo decir que no termine por darle la razón.

Hoy se lo tomó muy extrañamente y creo no fue difícil echarlo de la peluquería argumentando que no éramos machistas sino los primeros feministas en el barrio y su persona no era bienvenida. Arremetió que volvería por su honor y espero que lo intente. No creo que se haya creído la pantomima y no sé cuánto demorará en volver pero lo estaré esperando. Creo que la alevosía nos vendió y dudo que no sepa de quién se trata. Creo que ya sabe quién soy si es que no lo supo desde un principio.


9 de julio de 1950.

La mañana estuvo tranquila. Carlos y Enrique jugaron al ajedrez en medio de unas cuantas discusiones acerca de las posibilidades de movimiento de las piezas, además de pelear por posturas políticas y películas que han visto. Terminaron aquel partido que habían dejado en tablas, lo ganó Enrique en un tonto movimiento de Carlos en el que dejó desguarnecido al Rey y Enrique lo aprovechó. En realidad Máximo miró el partido aunque con cierto desinterés. Se concentró más en una poca creíble imitación de Groucho en una escena con un espejo que no estaba.

Máximo Escucha jazz del bueno, el de 1915. A veces se pierde en el ruidillo del tocadiscos y muchas otras nos perdemos todos en ese mismo ruidillo. Muchas veces cuando viene gente de afuera también se pierde en ese ruidillo.

A las 2 de la tarde apareció este hombre otra vez. Ha vuelto y eso demuestra hombría. Aun respetándolo no habrá corte de cabello. Logramos ahuyentarlo con argumentos poco precisos y algo divagados. Nuestra actitud y mi notable enojo le hicieron retroceder mientras gritaba en medio de la calle que volvería cada día hasta que su cabello estuviera corto.

No tengo más comentarios.


10 de julio de 1950.

El hombre no vino pero Gloria fue el animal claustrofóbico que supo ser durante nuestros peores años y más aun desde el incidente del ‘45 con el elefante en el zoológico de la ciudad. El café frío regresó, los maltratos, las discusiones desargumentadas, etc. todo el condimento de un matrimonio putrefacto.

El infeliz debe haber abierto la bocota y eso volvió loca a Gloria. ¡Hijos de puta! ¡Lleven su amorío de mierda a otro lado! Primero tendré mi venganza. Quisiera reírme. No quiero ni pensar en su golosa confidencialidad ni en los toqueteos y besuqueos como los de los jóvenes italianos que no dudan en aullar en medio de la calle.

Maldita sea este matrimonio y a las tijeras que no se van a acercar a este infeliz. ¿Quieren jugar? ¿Quieren hacerme la vida imposible hasta el punto que decida matarme? No me van a ablandar así nomás. Voy a pelear esto hasta las últimas consecuencias como había hecho Rocco en el ’42 contra aquel Gringo en el Palermo. Casi una hora de pelea, 15 rounds. La noche de la campana quebrada. No voy a desmoronarme. Juguemos si es que quieren jugar.


11 de julio de 1950.

Empiezo este día con enorme satisfacción. Hoy tampoco pudo cortarse el cabello y eso nos dejó contentos a los muchachos de Peluzzo’s. Tanto que hasta vimos el partido en horario de trabajo mientras enderezaba un par de bigotes y recortaba otro par de barbas. Todos estábamos de acuerdo en que la barba de “El Barba” Jorge es inigualable y que es un error que se la saque cada semana, cada domingo. El ritmo de crecimiento de su pelo debería ser estudiado aunque eso pudiera provocar un avance de la ciencia o de algo que me deje sin negocio. Mejor no, dejémoslo así, dejemos que Jorge siga recortándose la barba.

Gloria está cada vez peor y ahora me esconde las llaves y paso 15 minutos buscándolas antes de salir a trabajar. Los muchachos me esperan recostados en la reja hasta que llego y explico lo que sucede hasta que ya no tengo que explicar y todos asienten sabiendo de qué se trata. Gloria pasa por la puerta de la peluquería gritándome sin vergüenza: ¡Adío Peluzzo!

Esto no hace más que impedir el diálogo. No puedo creer que me ponga diplomático, debería ser ella la que ponga atención a la problemática. Yo solo defiendo lo que creo correcto. Empiezo a pensar que un corte de cabello pueda ser la salida. No quisiera tirar la bomba. Esta es la mejor salida; un tijeretazo y listo.


15 de julio de 1950.

Gloria me hace la vida imposible y esto tiene que parar. El amante vino dos veces y pudimos contenerlo pero no por mucho más y ya empiezo a mirar la situación desde más lejos mientras observo las tijeras con algo de detenimiento intentando resolver de alguna manera esta insalubre situación. Creo que voy a desistir antes de volverme completamente loco con este matrimonio.
Máximo ya habla con su mujer de mi situación y creo prefiere ni escuchar de estas peripecias y sobresaltos de un Peluzzo con problemas maritales. No la culpo, ni yo lo quiero hacer, pero es la historia de mi vida. Espero que no lo hablen justo antes de acostarse, no soy lo suficientemente importante como para formar parte de eso.

Mi padre, el viejo Peluzzo pero no el primero, también tuvo sus problemas. Se llamaba Elisa pero no vale la pena meterse en ese tema. Es un asunto que viene desde lejos, casi desde el primer Peluzzo quien habría engañado a la por aquel entonces reina del pequeño condado de Modena con una de las limpiadoras del castillo.

El barrio comienza a enterarse y tomar parte de todo esto y no conviene que esto suceda o seré en breve el hazme reír de toda la ciudad.

Estoy preparado para hacer lo que sea para detener esto. Ya no se puede seguir y esto merece un final de algún tipo aunque a mí no me convenza para nada. Esta será la última de mis entradas antes del final. Tengo que hacerlo o tendré que matarme y eso no es una posibilidad viable. Volveré a escribir cuando haya terminado con este lio. No puedo seguir derrochando tinta en esta mujer y empiezo a pensar en las duras y casi últimas palabras del viejo Peluzzo sobre las mujeres: “Le donne sono sempre una complicazione”. No es que hay dicho algo nuevo ni revelador pero sin duda alguna tenía razón. El viejo siempre tenía razón.

Adiós y hasta que este asunto esté acabado. Y suerte para mí mismo.

Filippo Peluzzo.


20 de julio de 1968.

Escribo esto con un sentimiento ambiguo. Casi veinte años después. Encontré una fotografía mía con los muchachos en la puerta de Peluzzo’s. Era 1949, empezaba todo aquel lío del amorío de mi mujer, que en paz descanse. Por las que me hizo pasar aquella mujer, dios mío. En fin. Me causa un pequeño ardor sólo de pensar en aquella época.

Fue en el momento justo y por eso me siento feliz. Sin embargo la vida me las fue cobrando, pero está bien, estoy de acuerdo. Recuerdo que la mujer de Máximo ya no lo dejaba venir a la peluquería ya con el asunto resuelto y eso me había puesto bastante nervioso y un poco testarudo. Máximo fue al funeral de Gloria y a veces sale de la ciudad para acompañarme seguido en mi enfermedad que viene y va.

El galpón de la peluquería se había convertido en mi dormitorio y pasaba una gran cantidad de noches allí cuando no lo hacía caminando por el barrio. El piso ya no fue el mismo con todo ese pelo esparcido por el lugar. Le corté el pelo y fue lo mejor que pude hacer. Hacer feliz a una mujer aunque ya no fuera mía. Era lo último que me quedaba y así fueron mis propias últimas órdenes antes de irme de la ciudad.

¡Che divide un raggio a me! me hizo acordar… me olvidé las tijeras en el galpón.


+

viernes, 2 de mayo de 2008

Optimistas. (Manifiesto)

She's a rainbow y todos los colores se mezclan en algo que despierta la sensación de infancia que está buena y que mantiene los ojos abiertos y la cabeza en alto. Bueno, después de dormir bien y descansar como algún dios manda, me dedico a la persecución del placer. Una vocación un poco egoísta, es verdad, pero en el último lecho sé que no me voy a arrepentir de haber vivido como sea que me pinte. La gente siempre quiere hacer algo diferente y termina haciendo lo mismo que todo el mundo y es un poco lo que está pasando y eso no puede durar un segundo más. A partir de hoy o de cuando sea que pinte la búsqueda del placer me conducirá a la felicidad, o por lo menos me llevará bastante cerca, lo suficiente como para no admirar el cantar de un pajarito.

Fuck the bird!.

No levantaré banderas ni gritaré proclamas, no perderé el tiempo en firmar ideologías, las tendré conmigo y te las contaré y podrás estar de acuerdo o no y eso estará bien, pensaré siempre en que siempre se puede estar mejor y no peor, inventaré historias y las contaré y si hay alguien del otro lado que las quiera escuchar volveré a empezar para que no se pierda ningún detalle. Esperaré a que el mar esté manso mientras miro la playa en el bautismo del verano, no me importaran los turistas en las vacaciones, seré uno y disfrutaré de cada balneario como si nunca hubiese ido. No me importará la amargura del guarda en las mañanas pero elogiaré la amargura del mate cuando me lo conviden. Buscaré los mejores bizcochos de la ciudad y me tomaré el tiempo de decir que esa es la mejor panadería. Me gustará lo que hago y perderé todo el tiempo que quiera en hobbys que es probable que no me lleven a ningún lado, no me importa, escribiré sobre cosas tristes y sobre cosas hermosas sin darle lugar a la muerte a que de su opinión, escribiré sobre la felicidad que es la que se merecen y la que me merezco. Encontraré mi exorcismo en otros lugares aunque me lleve la vida encontrarlos, tampoco me importa tanto, borraré cada mancha y daré tributo al título que lleva este blog y lo convertiré en filosofía, erase the ink and write again. Erase it all over if you need it, or make of it a signtaure if you'd wish to. La mañana será el mejor momento del día igual que la tarde y la noche y la media tarde cuando haga el segundo mate y coma algo rico. Te escucharé porque tus pensamientos y tus palabras son poderosos. No habrá momentos de amargura que me agarren imprevisto, esos momentos me los tomaré cuando lo desee y los crearé yo mismo para que los detalles de esa tristeza que surga no me desborden. I'll experience on everthing I like, oh yes I will. I'll have no direction home, be like a Rolling Stone and feel great about it.
Así que si me querés acompañar, you know you can be my partner in crime.