jueves, 4 de enero de 2007

Las Nubes.

Desde algún lugar de La Pedrera.

La mañana entró rápido. Afuera llovía. Una música suave comenzó a sonar acompañando la tristeza del día que empezaba aunque anoche las mismas notas acompañaron al sueño. Pronto las bocas se desesperaron y salieron; el hambre de otros y la suya lo habían dejado solo, a la espera de un ansiado regreso. Intentando devolver una gentileza preparó un beberaje para acompañar lo que vendría. Los minutos se hicieron largos, la caldera ya no echaba humo y él se había sentado a esperar. Simplemente a esperar. Unos segundos le alcanzaron para divisar sobre una mesa un viejo libro que creyó innecesario para tal espera, pero le sirvió. Un ómnibus, un viaje, dos pasajeros que iban juntos y después no.
Los otros todavía no llegaban; se puso nervioso y creyó en una conspiración absurda. Miró por la ventana, ahora no… y volvió a mirar. El cielo gris no ayudaba, ellos todavía no llegaban. Creyó en la venganza de las corvinas y tuvo miedo, sabía que era mentira, pero igual. Furiosas vendrían a llevárselo y lo matarían. Le gustó.
El movimiento del pestillo rompió el silencio y pensó en tranquilidad. Habían llegado. De entre las nubes espesas bajó un grito que abrió el cielo y calmó su mente. Se despejaba. El día dejaba de ser triste. Y él dejaba de ser él.