miércoles, 18 de octubre de 2006

De putas y copas.

Ahí estaba ella con su cuerpo desnudo reposado sobre un apolillado colchón. Sus ojos aun cerrados y su pose de antigeisha ocupaba las dos plazas y una sábana de color salmón le cubría la piel, aunque la agitación había dejado su torso descubierto. Haciendo girar la dorada perilla abrí la ventana intentando encontrar algo fuera del humo denso, la luz tenue, las copas y una nueva flor. Volví la mirada y sentí la suya clavada en mi. No dijimos nada, no teníamos por qué. No había palabras entre las distancias de dos cuerpos ajenos.
Las uñas pintadas carmesí finalmente tocaron el suelo y se acercó con un cigarrillo en la boca hasta sentir sus senos en la espalda. No importaba lo que hiciera, el espacio entre los dos estaba allí y estaba bien. ¿Podría decirle algo sin lastimarla? Dos pasos quitaron el roce de nuestros cuerpos y hablaron en un grito. Mis dedos sintieron los suyos y tomé el cigarrillo, pitando para no tener que decir algo pero ella ya sabía que debía irme. El humo llegó hasta el suelo y subió entre los dos. Un ángulo de la cama sirvió de asiento y las ropas cubrieron mi piel ésta vez. Sus ojos miraban por la ventana perdidos. La habitación se sintió pequeña pero ya no importaba. De una vez la sangrienta copa se vació en mi boca y una mano alcanzó unos billetes al fondo del bolsillo. El final del día marcaba más que eso y los mundos regresarían a su lugar común; era común, pero alcanzaba.
Ella miró y no dijo nada. El papel volvió a caer sobre la mesa y la puerta, detrás de mi, volvió a cerrarse. Nuestros cuerpos serían de otros y aquella habitación seguiría siendo nuestra.