miércoles, 10 de octubre de 2007

Dedos azules

El sol ya se escondió. Miraba por la ventana, la gente pasaba mientras una garúa comenzaba a caer cambiando planes, cambiando algo en la cabeza de los caminantes apurándoles el paso. Volvía hacia el interior mirando la maquina de escribir que seguramente quisiera darme un empujón hacia las ideas. La hoja aun estaba en blanco y estaba desconforme pero creía que eso iba a cambiar de momento a otro. Escribió y tachó, la hoja era ahora una pelota arrugada que volaba cerca del suelo a la altura de una silla hasta caer fuera de una papelera. Las manos pasaban por la cara. Los ojos cerrados y la boca reseca detrás de la piel lo asustaban un poco. Fue en busca de algo de inspiración; pensaba en una musa que estaba lejos y sus ojos marrones vinieron en un recuerdo que lo asaltaba hasta introducirlo en una ciudad de calles escondidas entre los árboles y baldosas, de esas flojas que te mojan los championes. Todavía restaba cerveza en una botella aunque ya no la quisiera, una copa de vino era ahora su cable a tierra o hacia algún lugar fuera de aquí. Paseó por la habitación intentando recobrar el sentido que en otras oportunidades había ayudado a llenar el papel, a colocar letras y palabras entre renglones de un cuaderno de espirales. Pensó en regresar a los renglones, eran algo dentro del vacío blanco que daba la maquina de escribir. Le gustaba derramar un poco de tinta sobre papel. Hubo una época en que convertía muchas cosas en papel, se había olvidado un poco de eso y ya no sabía o no tenía nada para convertir, o tenía mucho para convertir y poco papel. Se quedó con esa última. La cocina se llenaba de luz mientras buscaba más vino. Al final de esa copa decidió salir, caminar un rato. Allí entre las calles se encontró con extraños, los miró y los volvió a perder. No supo qué quería escribir, odiaba un poco a los extraños tanto como los quería entre las diez y alguna hora de la madrugada luego de unas cuantas copas. No quería esforzarse en encontrar algo que su mente no estuviera buscando y pensó en nada. Entró en un bar. El humo lo envolvió y la música resonó en su cabeza haciéndolo sentir bien. Se sentó en una mesa próxima a una ventana para poder tener algo de dos mundos aunque quisiera solamente uno. Una chica se acercó y él pidió una cerveza, ya no quería vino, lo ponía un poco mal, se río mientras pensaba eso. No era que lo pusiera mal, el conjunto de análisis que se emperraba en hacer lo llevaba inevitable a eso y hoy no lo necesitaba. Media botella había quedado atrás pero su estupidez no alcanzaba todavía. Volvió a reírse haciendo ésta vez una mueca evidente. Alguien lo notó desde lejos y también sonrió. Se acordó de su lejana musa donde fuera que estuviera dentro de aquella gran ciudad que extrañaba. Pensó en escribir y lo hizo, solitario en aquella mesa él siempre traía consigo papel para convertir. Bajó algunas palabras en tinta, llenando renglones acordándose de algunas cosas que lo volvieron a hacer reír. Su mano se movía rápido de un lado a otro sorprendiéndose a si mismo e incluso haciéndolo reír un poco más. No estaba mal. Una botella pasó, pasaron dos y hasta tres. Dejó la cerveza y volvió al vino, uno mejor que el que tenía en su cocina. Los renglones se desangraban y a él eso le gustaba, la tinta mojaba el papel mientras seguía en un frenesí de movimientos. Su musa seguía allí entre la tinta y el papel, su nombre, el de ella, aparecía alguna vez entre palabras dentro de una historia que surgía y que deseaba seguir quién sabe cuándo. Sostuvo la esperanza de que algo lo llevara de nuevo hacia allí. El rock&roll le hacía bien y lo inspiraba en alguna medida aunque las copas de vino hicieran su parte. La gente lo comenzó a mirar, a observarlo desde una distancia mientras la música seguía y los extraños ya no estuvieran. No sabía cuánta tinta había desparramado, la madrugada no estaba lejos y el bar estaba a minutos de cerrar. El vino ya no estaba y su copa estaba vacía. Levantó la cabeza para pedir un poco más de eso que fuera que lo estaba ayudando y se encontró con el lugar vacío y la gente observando. Se había divertido. Pagó lo que debía y se fue. Caminó otra vez por aquellas calles, esta vez no había extraños y un resplandor surgía detrás de los edificios. Buscó en su bolsillo por una llave y la encontró, abrió la puerta y volvió a encontrarse con la maquina de escribir que seguía allí, sin hoja blanca y una pelota de papel cerca de una papelera que no recordaba haber arrojado. Dejó su cuaderno sobre una mesa y se sentó en un sillón a descansar.
La mañana lo había despertado. La pelota de papel seguía cerca de la papelera. No había sol, detalle que supo agradecer durante algunos minutos. Dejó el sillón y se acercó a la ventana, la gente caminaba un poco más lento. Su cabeza daba algunas vueltas sobre la noche. Pensaba en los renglones a los que iría más tarde, aun no quería darse cuenta de lo que había hecho aunque no fuera a cambiar nada. No quería cambiar nada. Quería a la gran ciudad y a su musa. Quería baldosas flojas y calles con árboles que llovieran sobre ellas. Quería irse de aquí. Quería. Una ducha tibia le asentó el cuerpo y volvió a la cama. Creía que dormía mucho pero era sábado y no tenía problemas con eso. Quizá lo volviera a hacer otra vez esta noche.

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