domingo, 25 de noviembre de 2007

Un traje para mi muerte.

Entré con un traje negro, de eso me acuerdo. Qué estúpido que fui. Una noche alcanzó para darme cuenta de que mi alter ego me había abandonado. Es extraña la vida, no lo digo por lo extraño de los acontecimientos ni por este lugar, sino por lo rápido que suceden las cosas; casi como si alguien bajara un interruptor de luz, el tiempo pasa. Un taxi amarillo con problemas mecánicos bastante obvios me dejó acá. Una persona blanca, toda blanca, me acompañó agarrándome del brazo como si fuese un niño inquieto. Veintisiete escalones hasta la puerta. Veintisiete de ida. Rodríguez ya estaba gritando, por favor calláte. Apenas un resplandor lunar entraba por la ventanilla a unos centímetros de mi cabeza. Mi habitación era la misma donde había dormido durante tres años, una casa nueva. Antes habíamos vivido en otros lugares en esta misma ciudad, aunque este lugar parezca una ciudad entera totalmente desconocida. Ya la estoy conociendo y no es fea, solamente que no es mía. Rodríguez no se callaba, ya vendrían por él y volvería el silencio. Es un elemento de gran importancia, el silencio digo, puede ser un amigo o no. Yo podría enseñarte si quieres. No, tu no querrías saber. No vengas nunca. Dibujé tu cara el otro día. Me hizo sentir bien. Sos linda, pero yo no sé dibujar.

II

El sonido de unos cuantos pasos me inquietó. Quizás fuera el desayuno, o el tiempo de ver tele. Antes miraba mucha, ahora ya no tanto y además no puedo elegir el programa, sólo dejan un canal y todos miran como idiotas. Así se aprende a hacer otras cosas. Yo elegí mirar por una ventana. La tercera, tenía vista a la calle. Una señorita cruzaba a hacer una llamada a las dos p.m. siempre a la misma hora. Todavía no sé por qué pero tengo mis hipótesis. Muchos aquí te dirán que están bien pero no deberían; gusanos. Yo estoy bien. Una persona azul me llevaba a mi habitación. Allí tenía mis libros. Cuatro libros. Los leí y todavía están acá. Los necesito, aunque solamente sea para verlos. Lomos brillantes, hojas olorosas que desprenden tanta melancolía. Para qué me los habré traído. Ojala desaparecieran.
Rodríguez vivía a continuación. Tenía algunos problemas y necesitaba pastillas, cuando las tomaba estaba bien, pero las necesitaba mucho. Era un buen tipo, todos lo éramos. Una silueta de buen hombre y el interior fugaz que se retiraba y volvía. Inútil. No había reconciliación mental posible, no había. Las noches son lentas, todo depende de una buena almohada, las de acá son asquerosas. Uno se acostumbra y es muy difícil desacostumbrarse. A la fuerza todo se desacostumbra, todas las sensaciones cambian a algo más alienígena. No es que me moleste, es solamente que quisiera que estuvieras aquí.
Hay que crecer dicen. Que se vayan todos a la mierda. Pero es algo bueno, sí lo es. Poder de convencimiento le dicen; o repentinamente darse cuenta de que simplemente es lo que hay (usando un término conocido) y lo peor de todo, que así lo quisiste. Ingresé aquí voluntariamente. No lo veo como algo malo, pero la gente es contradictoria en su naturaleza, no lo puede evitar. Quieren y no. Decídanse mierda!.
Recuerdo ir al médico con mi madre. Este es un buen ejercicio aunque un poco egoísta, pero no me importa. Sentado en esas sillas múltiples te das cuenta de que hay otros que están muy mal. Mucho peor. Muertos. Tu estás sano y con un una rabieta por alguna idiotez que hace de tu minúsculo universo un verdadero infierno. Pues levanta ese culo, ponte de pie y retírate con orgullo, imbécil!.
Tengo recuerdos de revolución ¿Dónde está esa fuerza que tuve alguna vez? Creo que está en una mujer. Allá quedó. Luchar era hermoso. Tu piel, tu mente y un puño izquierdo bien cerrado alzado en contra de algún tirano que inventamos para poder gritarle. Le voy a dibujar estrellas al techo, y una luna. Tu cara ya está.

III

El tiempo es lento. A veces es rápido pero por lo general es lento. Me dijeron que no tendría tiempo, quisiera irme, lo tengo de sobra. A veces la gente habla por hablar. Siempre se responde que sí intentando encontrar la paz o la seguridad necesaria para no vivir con esa incontrolable presión en la garganta. Pero es inevitable sentirla. La soledad logra eso. El silencio que acompaña y retumba en esa soledad lo consolida y buscás una llamada que no está. Quisiera irme ya. Un hombre azul que firma cosas es el que decide eso. No tu, no pelees. Quizás sea algo bueno, seguro que sí, pero no parece. Despertarse no es igual para todos. Uno aquí, otro allá. Se abren los ojos de otra manera.
Faltaba poco para ese rato de televisión que quizás me devolviera la calma. Mi ventana encontraría a esa señorita. Son tres menos diez, todavía no apareció. Qué le habrá pasado. Espero que esté bien. No debe necesitar pastillas. Rodríguez miraba la pantalla como hipnotizado, pobre. Los hombres azules miraban a lo lejos. Algunos hablando entre ellos, seguramente de nosotros. Los demás descansaban cabizbajos buscando otra vida, pero lo que toca, toca. La sutil experiencia de aceptarlo es lo que lleva su tiempo. A veces nunca se logra. Quisiera no sonar resentido pero tiende a suceder bastante seguido. Es difícil lograr comandar el barco. Por lo general uno solamente rema, bien fuerte. Otras veces la corriente es demasiado testaruda. Basta de metáforas inútiles y perversas que sólo buscan el romanticismo necesario para aguantar en cuerpo de poeta.
La noche está casi terminada, algunas estrellas más y listo. La luna no está llena y hay una estrella más brillante que el resto. (Por fin logré conciliar el sueño)

muevo para otro. Me acomodo en un sector y me
Muevo la almohada para un lado. La aprieto, la
vuelvo a acomodar.

IV

Rodríguez está muy callado, me pregunto si estará bien. No han habido señales de los hombres azules. Bueno, será cuestión de esperar. Terminé la noche. Es linda. Me la van a borrar tarde o temprano y volverá a ser día y llegará mi muerte. Qué más da, en algún momento debe acabarse. Otra vez son las tres menos diez y la señorita no hizo su llamada. Podría ser una mera coincidencia o podría ser fin de semana. Salgo por el pasillo detrás de un hombre azul y Rodríguez ya no está. Se habrá puesto bien. Me empezó a preocupar. Quisiera irme ya. Seguimos por el pasillo usual hasta llegar a una intersección donde se juntan los zócalos de las paredes en la zona inferior de la construcción. Doblamos a la derecha. Los hombres azules sólo miraban hacia delante marcando el ritmo. Algunas ventanas comenzaron a aparecer sobre la izquierda. ¡Rodríguez! Vi a Rodríguez! Me abalancé sobre una de las ventanillas y comencé a golpear el vidrio, asumo indestructible. Los hombres azules me golpearon a mi, débil. Recobré el sentido unos metros más adelante. Unos hombres azules y otros blancos me ponían una corbata negra. Un espejo delante de mi me hizo testigo de una crepita situación. (Nunca supe a quién llamaba) otro como yo esperaba al costado de una puerta. Entré en pánico. Odiaba los trajes y estaba vistiendo uno hermoso.

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