domingo, 25 de noviembre de 2007

Mientras hablabas solo.

Venía mirando una estrella que brillaba solitaria en el cielo de un ocaso lejos de casa. Así era la soledad supuse, aunque creo que nunca se está seguro. Me senté en un banco de una plaza a mirar a los niños jugar, a tratar de que algún recuerdo volviera a mi cuerpo. Necesitaba de una nueva inocencia. Un niño se hamacaba mientras otro daba un empujón inútil. Una niña peinaba el pelo plastificado de una pequeña muñeca de cara fordiana. Yo miraba mis championes rojos bajando la cabeza en un intento de esconder una vergüenza que quizás ni estuviera ahí. Nunca supe por qué estaba sentado, en ese banco, en aquella plaza. Ahora que lo pienso debería pararme y empezar a caminar. ¿Qué hacían esos niños jugando tan tarde en un lugar así? ¿Dónde estaban sus padres? Qué hacía yo allí por ese caso. Una estrella me había dejado ahí. Quizás alguna otra me llevara hacía algún lugar diferente, nuevo, desconocido y de vuelta hasta aquí.
Los niños ya no estaban. Ya nadie jugaba. Yo miraba otra vez el suelo, unía las puntas de mis pies, las separaba y volvía a mirar hacia delante. Me paré pasando cerca de una señora que llevaba sus compras en un carrito de supermercado, las bolsas blancas resplandecían a la luz de un faro que se paraba iluminando lo que había. Caminé un rato por la misma calle que daba al parque hasta llegar a un almacén que se divisaba a lo lejos. Un cartel de Tome Coca-Cola servía de bolla en aquel mar tranquilo, oscuro. Seguí hasta el fondo del local hasta una heladera y con mi zurda agarré una cerveza. Estaba fría, sudaba, mi mano sintió el frío. Pagué y salí para seguir a la deriva en un bote sin remos. Las ciudades tienen una extraña corriente, es peligroso dejarse llevar pero una vez cada tanto es hermosa la sensación de libertad espontánea que el asfalto de la urbe puede dar. Semáforos inquietos, edificios levantados, luces en las ventanas. A veces no alcanza la pregunta. ¿Qué cruzará por las mentes de esas personas en aquellos pequeños apartamentos? ¿Dolor, amor, necesidad, ira, lujuria, y algún que otro pecado o sensación de ruptura con el sistema?. Quizás fuere un tanto hipócrita, nunca me importó, pero la pregunta sigue en pie. Entonces una pequeña calle arbolada me acompañaba. Iluminada entre las ramas, la calle se llenaba de blanco, la luna impaciente observaba desde lo alto y dos pies rojos andaban en la mar.
Un taxi pasó apurado, amarillo, esquivando algo, marcando absurdamente mi existencia; también lo hacía mi sombra a donde fuera. Ya no quedaba más que el fondo de aquella botella y tuvo que quedar atrás, a los pies de un árbol que esperaba compañía, así la tendría. Mis pasos un poco torpes sonaban imperceptibles y sentí el sudor debajo del brazo que no era frío. El centro de la ciudad se acercaba. Me senté en un escalón de un edificio mirando mis pies. Juntaba la punta de los championes, las separaba y volvía a levantar la cabeza. Mis dedos se juntaron por primera vez en aquella noche y mi boca suspiró entre ellos. Logré pararme mirando hacia la ciudad y giré cerrando los ojos. Una llave abrió la puerta y no tuve más opción que entrar. Dos pies rojos dejaron de andar una noche de luna y entre el mar y la libertad se quedaron.

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