martes, 25 de septiembre de 2007

De baldosas amarillas y ojos marrones.

Había escapado de un colchón en el suelo y estaba entre nueve camas ajenas entre las que estaba la mía, la que había tomado prestada para sobrevivir -por lo menos por un rato-. Servía. Había hecho un acuerdo con ella, me dejaría dormir. Las persianas antiguas a medio abrir daban a una calle transitada que no era mía pero parecía. Estás tan lejos pero tan cerca; te das cuenta que eso no es tan real y que las distancias existen. No me siento muy bien escribiendo esto, sobretodo sabiendo que supe creer en eso. Supongo que es una cuestión de mentalidad, que uno genera eso en su cabeza digo. Tenerlo como una absurda forma de escape, como una forma de auto contentarse o de no auto flagelarse. Las baldosas de Palermo me eran familiares y era hasta insoportable, kinda scary, no querer volver. Las gotas de limón ensuciaban el papel mientras la cerveza se hacía ácida y el humo del puré subía por mi rostro. El aire sonaba a Rock&Roll mientras el 39 daba la vuelta en Plaza Serrano y me desarmé en ese aire, era un poco inevitable, me culpo a mi mismo. Mi Verónica me miraba y yo me perdía allí en sus ojos, extrañaba esa mirada. No lo estaba buscando aunque nunca supe lo que iba a encontrar, creo que me dejé llevar y eso estaba bien. Poder mirar lo que podía haber entre tanto aeropuerto y malas comidas. Caminar por baldosas amarillas y sentir el aire a hogar o a la falta de altura. Me esperaban el mar, la arena, un barco y reuniones entre caras conocidas y olores que alteran la sensibilidad. Esperaba, la cerveza ya no estaba, el bar ya no estaba y viajaría en un auto con aires de otra galaxia. Ella me miraría otra vez, más tarde, cuando el día acabara. Como siempre, te ibas a reír y me sentiría bien.

Buenos Aires, '07.

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