viernes, 19 de diciembre de 2008

Meté la mano en la bolsa y sacá un papelito al azar

Cuando éramos chicos algunos tuvimos amigos invisibles. Esos tipos en los que se podía confiar por completo, personajes a conveniencia que nos ayudaban en más de una oportunidad. – ¡Mamá, yo no fui el que volcó la leche, fue él!- ¿Él, quién? ¿A quién nos referíamos cuando hablábamos de él? No podíamos sinceramente pensar en echarle la culpa a un ser que hacía tanto por nosotros. Y sin embargo lo hacíamos. Las cosas se caían solas. En el mundo de los amigos invisibles, las cosas se caen solas, se rompen solas, se mueven solas, se abren y se cierran solas. Es la magia de poseer un personaje detrás nuestro defendiéndonos dispuesto a lanzarse a la primera línea cuando lo tenía que hacer, cuando necesitábamos que lo hiciera. Y lo mejor de todo es que esa fórmula tan poco creíble para nuestra mente hoy, funcionaba de las mil maravillas.
Sin embargo esta modalidad de amigo invisible alias chivo expiatorio tiene su fecha de vencimiento. Llega un punto en que el mundo de lo que se rompe solo deja de existir y lo único que nos queda por hacer es hacernos cargo de lo que hacemos. –Sí mamá, lo rompí yo, ¿Y qué?-. La idea aquí no es confundirles diciéndoles que, llegado el momento, el amigo invisible deja de coexistir con nosotros para pasar a ser una suerte de ánima vagabunda a la que dejamos de ver y de hablar, como si en algún momento nos hubiera cagado. Todo lo contrario. Su nueva función en ese momento es la de hacernos crecer, colocándonos nuevas responsabilidades y un rol mucho más importante en esa etapa de preadolescencia, de temprana preadolescencia. La de madurar. En serio, ya no sos un guacho.
Eventualmente los amigos invisibles desaparecen por completo. Su trabajo está hecho, cumplió con creces y nos salvó de varias bofetadas. Aunque debo decir que si hoy por hoy tuviera la posibilidad de decir que las cosas se siguen rompiendo solas lo haría. Antes todo era mucho más sencillo.

En estas épocas de fiestas, despedidas, épocas del síndrome de la navidad, de fin de año y de reyes. Los grupos de gente (sobre todo laborales) hacen regresar al amigo invisible en un homenaje a ese tipo que nos bancaba a muerte con una actividad que lleva su nombre (No me quiero meter mucho más de lo imprescindible en el tema). A quien le toque correr la suerte de ser mi amigo/a invisible quisiera decirle lo siguiente: Que bueno que volviste porque necesito que digas que el vaso del otro día, se rompió solo, ¿Ok?

1 comentarios:

Nacho dijo...

Muy buen tema pepe, yo suelo tener amigos invisibles muy seguido.

Pregunta: Siempre hay un vaso de por medio? jeje

Abrazo pepeee!!!
Cada día redacta mejor