Para Laura.
Basado en una anécdota suya.
***
La crayola de color verde paseó por la hoja blanca hasta dejar en ella la rúbrica de una mano curiosa. Siguió hasta que su dibujo había sido terminado, hasta que ya no quedaba, para ella, nada por hacer.
***
Laura tiene 6 años. Le encanta dibujar, pero no sabe. En realidad no es que no sepa, sino que hace uso de las condiciones naturales que le permiten sus hasta ahora relativos pocos años, y que en el caso de casi todo el mundo, son más o menos las mismas.
Su habitación es grande y todavía mantiene el empapelado de cuando era más chica, entra una luz cálida como de lámpara de escritorio, pero es el sol y alumbra todos los rincones de la habitación que siempre está llena de papeles con trazos de crayolas, draipenes, lápices y cualquier otro elemento multicolor que le permita enchastrar la hoja inmaculada. Algunas de ellas terminan colgadas en la pared, otras, metidas entre libros, cuadernos y el piso, pero Laura nunca tira nada, todo lo que dibuja le lleva tiempo y trabajo, y por eso todo lo que dibuja lo guarda. Cuando la puerta de la habitación se cierra y Laura puede sumergirse por completo en sus dibujos, el lugar se convierte en un verdadero universo. Todos los rincones cobran otras acepciones más acordes a su inquieta mente y allí todo puede suceder. El mundo deja de ser mundo para ser otra cosa, una invención o lo que fuere.
Camino a la escuela a la que va caminando, Laura explora su imaginación (el lugar en el que pasa la mayor parte de su tiempo y que además le parece más entretenido que el mundo real). Camina por Durazno hacia arriba (como yendo hacia Bulevar España). Por la calle Durazno los autos emanan nubecillas blancas de sus caños de escape y cambian de color en su marcha. Los árboles caminan de un lado a otro para no aburrirse en un solo lugar y los pajaritos cambian de código postal según se muevan sus nidos. Las señoras barren las veredas con escobas ultra futuristas y algunos inspectores cuidan el tránsito en todas las esquinas sonriendo al verte cruzar. Los edificios se balancean al compás del viento y en la calle se puede saltar como si fuese un trampolín. Sin dudas, la imaginación es un bonito lugar para pasar el tiempo, lo demás, lo que vemos todos los días… lo vemos todos los días.
Cuando Laura tenía tiempo para ella misma, plasmaba todo eso que había imaginado en un papel. Sus manos iban y venían, rayando papeles, riéndose. No siempre mostraba todo, a veces dejaba alguno de sus dibujos sin mostrar porque le parecían demasiado valiosos como para largarlos al mundo en donde los que deciden qué es arte y qué no, no saben nada de nada salvo repetir lo que dice la persona de al lado y luego esa persona hace lo mismo y así sucesivamente, hasta que la cadena sólo sirve para alimentarles el ego.
Su madre, Anabel, siempre se asombraba de sus dibujos; supongo que por esa misma condición maternal Laura siempre esquivó los puntos de vista positivos de los demás. No porque no fueran sinceros o no creyera en sí misma y en lo que era capaz de hacer, sino porque las personas que solemos tener más cerca, siempre son un buen lugar para recibir halagos.
Madre de vieja estampa, firme pero sensible, sencilla y trabajadora, pasea con su delantal blanco por la pequeña cocina que quizá deseara que fuera más grande para poder preparar algunas comidas sin pasar zozobras pero no se quejaba nunca, lo que tenía estaba bien. La mayoría de las veces Laura se sentaba a mirar a su madre mientras cocinaba, le resultaba relajante verla en acción, maniobrando con cuchillos, verduras, paseándose por la cocina hasta la heladera y de vuelta a la mesada para proceder a cortar una zanahoria o una lechuga o un tomate. Cuando terminaba de cocinar se sentaba un rato en una mecedora que no era de su carácter pero se sentía cómoda. Se tiraba a leer mientras Laura dibujaba o hacía otra cosa que inventaba en el momento.
Cuando Laura no dibuja, escucha una vieja radio que había encontrado en un armario y que por alguna razón seguía funcionando. Diferente de la televisión, la radio es un medio que permite jugar con la imaginación y eso a ella le gusta mucho. Había aprendido a imaginar todo lo que sucedía detrás de los parlantes. Los conductores podían tener diferentes rostros según las voces que llegaban a sus oídos. Gordos, flacos, con barba, sin barba, de bigote tupido, pelados, cejudos, con espacios entre los dientes, fumadores desquiciados, orejones, narigones y las incatalogables: esas voces imposibles de unir a un rostro, determinadas por su complejidad u originalidad.
Una tarde, entre el sonido de la radio y el de su propia mente escuchó sonar el teléfono. La voz de su madre la hizo salir de su lugar en un almohadón y se acercó hasta agarrar con sus manos el marco de la puerta que da a la cocina y poder mirar lo que sucedía como una espía pero sin intentar esconderse. Del otro lado del teléfono hablaron de ella, lo supo cuando su madre le dirigió la mirada mientras jugaba con los rulos del cable y respondía algo acerca de poder ir a algún lugar o algo así. La escuchó saludar y el tubo del teléfono se posó nuevamente sobre el resto del aparato dando por terminada la llamada. Su madre se agachó ante ella y la miró atentamente. –Lau, ¿vos dibujaste un Pitufo y lo mandaste a la radio?- preguntó con tranquilidad. Laura asintió solamente con la cabeza. –Llamaron de la radio y me contaron que les gustaría que vayas hoy al programa, a hablar de tu dibujo, y van a hacer un concurso para elegir el mejor dibujo de todos y ganarse un premio.- Dijo deteniendo sus palabras dejando sólo el silencio en el aire, y luego volvió a hablarle. -¿Vos querés ir?- Preguntó sabiendo que para Laura esas cosas no significaban absolutamente nada y que no le importaba lo que tuvieran que decir de su dibujo y mucho menos competir por algo. Entonces Laura volvió a decir que sí con la cabeza. –Entonces vamos. Aprontate dale que salimos en un ratito.- Ella quería ir. Era verdad, no le importaban las opiniones, pero quería ir, quería conocer la radio y saber si el conductor era gordo o flaco, o si tenía barba o bigote, o una nariz ganchuda, o si era total y completamente normal.
Laura se fue corriendo contenta a su cuarto y comenzó a meter en una mochila algunas cosas imprescindibles como si el viaje fuera a durar una eternidad. Tiró del cierre de la mochila, salió de su cuarto, cerró la puerta y fue hacia la cocina donde la estaba esperando su madre. -¿Estas lista?- Dijo mientras inspeccionaba el equipaje que iba colgado en los hombros de Laura. -¿Qué es todo eso que llevás ahí? Volvemos en un rato nomás-. –Nada, cosas, si volvemos en un rato no importa ¿No?- Anabel, casi sorprendida, levantó un poco las cejas sin evidenciar haber perdido la liliputiense discusión y la dejó llevar todo lo que fuera que tuviera en la mochila. -Está bien, pero vayamos saliendo que no queremos llegar tarde, vas a salir al aire y muchas personas te van a escuchar, ya le dije a la abuela que estuviera atenta para escucharte si no se lo va a perder.-
Momentos después estaban las dos adentro del auto. Laura sentada en el asiento de atrás y Anabel al volante, iban manejando camino a la radio por la calle Colonia hacia la Ciudad Vieja. La pequeña miró por la ventana durante todo el viaje mirando pasar muy rápido toda la ciudad, imaginando que pasaba más lento, más rápido, o que la gente en los otros autos la saludaba y le sonreían. El paseo duró menos de una hora. Habían llegado a la radio y sus misterios se develarían en breves instantes. No estaba segura de querer develarlos o si prefería mantenerlos en el no se dónde, seguir imaginando a los conductores y las cosas que para ella sucedían detrás de los parlantes.
Poner un pie afuera del auto le trajo algunas dudas. Laura quería ir hasta la radio a conocer y ver qué tanto podía suceder, pero ponía en cuestionamiento todas las otras cosas que no sabía si deseaba saber o si era mejor que permanecieran siendo simples. Mirando sus pies apoyados en el suelo levantó la mirada y enfiló hacia delante. Algunos metros después estaban adentro del edificio.
Laura tenía su mano agarrada a la de su madre y caminaban por un pasillo gris dentro del edificio con varias puertas en ambas paredes. El pasillo parecía uno de esos archivadores de oficina que parecen tener poco lugar pero guardan muchísimas cosas. Las puertas tenían cartelitos con los nombres y cargos de las personas que trabajaban allí. Anabel detuvo a una persona en el camino y le preguntó por el lugar al que tenían que ir y el hombre las dirigió hacia el segundo piso. Mucha gente pasaba corriendo, apurada, con papeles en la mano y con disgusto, transpirando, con un botón de la camisa sin abrochar y medio despeinados. Otras pasaban más tranquilas y sin papeles. Ellas subieron por las escaleras al fondo del pasillo hasta llegar al piso superior. Laura todavía no estaba nerviosa pero sentía la mano húmeda de su madre que por momentos apretaba más de lo normal, ella sí estaba nerviosa, los grandes siempre se ponen más nerviosos que los chicos o en realidad se ponen nerviosos por los chicos. Caminaron por otro pasillo con más gente que el anterior hasta llegar a una ventana que daba al interior de uno de los estudios. No se podía escuchar la voz del señor gordo y bigotudo que estaba sentado a la mesa delante de un micrófono. Las paredes del estudio tenían pinchos de polifón que eran para contener el sonido, le explicó su madre que alguna vez le habían contado, aunque muy bien no lo recordaba, que esa era la función que cumplían.
Venían caminando a paso ligero cuando un señor las detuvo y les preguntó si venían por el concurso y les enseñó por dónde debían ingresar al estudio para esperar a ser llamadas para salir. Las dos se sentaron en unos asientos grises como de consultorio dental a esperar ese momento. Laura había dejado su mochila entre sus piernas para no perderla de vista, un gesto que había heredado de su madre, que había hecho lo propia con la cartera.
Frente a ellas había un reloj de pared blanco con los números bien grandes que no dejaba lugar a confusiones. El tiempo pasaba lento mientras las dos observaban el resto de la habitación que dejaba ver el pasillo. La radio les pareció mucho más linda en el aparato de madera con botones, perillas y parlantes que en el edificio. Todo ese lugar era lo que estaba detrás de los parlantes. Ya no era el gordo bigotudo, era todo lo demás.
Apenas unos minutos después, el nombre de Laura se escuchó en los altoparlantes que colgaban de las paredes y el techo. La llamaban al estudio. Laura miró hacia arriba por encima de ella misma para observar a su madre, que con una sonrisa leve conseguía tranquilizar cualquier destello de temor. Entonces tomó la mochila de entre sus pies y se la puso al hombro para encaminarse hacia el estudio.
Laura nunca soltó la mano de su madre hasta que la hizo sentarse al lado del conductor de radio gordo y bigotudo para luego salir de ese lugar para esperarla detrás de un vidrio a prueba de sonido. El señor fumaba. Tenía a pocos centímetros un cenicero, posicionado de tal manera que la ceniza siempre caía adentro sin mover el brazo más que hacia arriba y hacia abajo. Su camisa beige desabotonada estaba manchada de sudor aunque el aire acondicionado estuviera encendido y allí hiciera un poco de frío para el gusto de Laura, que observaba detenidamente a un señor, parado al lado de su madre detrás del vidrio, que sostenía un cartel con su nombre. El hombre de la radio entonces miró a Laura y le preguntó sin vacilar y sin dar tregua. -¿Laura, tu dibujaste esto tan lindo?- dijo con cierta ironía que Laura no tardó en identificar y entonces ella sólo asintió con la cabeza. Algo así como un mecanismo de defensa que la pequeña utilizaba a veces cuando insultaban su inteligencia. -¿Si?, bueno, sabés que vamos a elegir el mejor dibujo… y el autor del dibujo que gane se va a llevar un micro componente Sony para escuchar toda la música que quiera.- Dijo pausadamente el conductor, hablando como si Laura no entendiera una sola palabra cuando la gente habla rápido. Laura volvió a asentir mientras en su cabeza decodificaba la palabra micro componente. –Tu dibujo es muy particular ¿Tu conocés a Los Pitufos?- Preguntó el hombre. –Sí.- Contestó Laura con firmeza. -¿Sabías que Los Pitufos son azules… y no verdes?- Laura solamente miraba al hombre. No le importaba de qué color eran Los Pitufos y menos le importaba que realmente le estuviera preguntando eso. Ella los había pintado como los sentía, como a ella le gustaban, y a ella le gustaban verdes. –Bueno, igual te cuento que tu dibujo saliooó ¡tercero! ¡Si, el tercer puesto es para Laura con sus Pitufos verdes!-. El tipo había cambiado completamente, ahora gritaba como un maniático al micrófono. La ceniza de su cigarrillo volaba para todos lados. Parecía enajenado, Laura solamente miraba, ahora con los ojos más abiertos y echada un poco hacia atrás producto de la impresión que le generaba la situación. -¡Estamos llegando rápidamente al primer puesto y en definitiva, al ganador del micro componente Sony con garantía de un año para disfrutar en familia! (El conductor volvió a mirar a Laura) Laura, te agradecemos por acercarte hasta la radio a mostrar tu dibujo. La producción se pondrá en contacto contigo en breve, gracias por venir.-
“Gracias por venir”. Se había terminado. Laura se levantó de la silla y caminó hacia afuera del estudio, volvió a tomar la mano de su madre y ambas se fueron de la radio de vuelta a su casa. Laura dio una última mirada hacia atrás y vio al gordo bigotudo que seguía enajenado dentro del estudio haciendo caer la ceniza del cigarro en el cenicero perfectamente colocado frente a él.
Laura y Anabel, agarradas de la mano, caminaron por el gran espacio de estacionamiento de la radio, ya afuera del edificio. Las dos se subieron al auto. La madre miró por el retrovisor a Laura mientras buscaba una parte del cinturón de seguridad y le preguntó si estaba bien. Laura la miró a los ojos y le dijo que sí. Después bajó la cabeza y miró el dibujo de sus Pitufos verdes que se había llevado de la radio. El auto se puso lentamente en marcha y comenzaron el regreso. A Laura le gustaban mucho sus Pitufos verdes y a su madre también.
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5 comentarios:
La verdad es que me gustó. Muy tierno. Siempre me gustan los relatos de niños (Obviamente si están bien contados).
Bueno, la verdad es que me emociona haber sido la persona número 1000 en entrar al blog y también la 1001 (porque la primera vez no pude dejar el comentario.
Me emociona que me hayan dedicado un cuento . Y me emociona especialmente que Pepe esté esciribiendo así de lindo, con una sensibilidad tan especial , para regocijo de tantos y tantos lectores en este mundo.
Laura
yo lo leí cuando era un borrador. leru.
pepe me estás obligando a comentar tus cuentos... eso no se hace.
García Márquez hipotecó la casa y vendió sus muebles para bancarse escribiendo 100 años de soledad... Digamos que vos estás hipotecando mi derecho a no escribir comentarios.
Te felicito, me gusta como escribis, me sumo a tu blog!
Feliz 2010!!
Un abrazo
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