20 de abril de 1948.
Me levanté de mal rollo y no fue el último whisky de ayer, rara vez me cae mal. Es verdad que el hielo ya casi no estaba en el vaso y el alcohol se había aguado pasando a ser algo que no bajaba del todo bien. Mi mujer estaba limpiando en la cocina y cuando me aparecí por allí no dio muestras de animosidad ni de ningún tipo de entrecruzamiento de su carácter –Por lo general lo suficientemente retorcido como para poner más que una pizca, un manojo de algo que se te mete entre los dientes y pasás mucho rato tocándolo con la punta de la lengua sin poder sacarlo-.
Caminé lento hacia la pileta de la cocina a buscar un vaso para tomar agua ¡y me miró y hasta sonrió! (Perdón por el signo de exclamación, no es mi estilo pero su sonrisa se lo mereció) –Me río casi sin pensar, me río para adentro y hasta hago una mueca poniendo los dientes por encima del labio inferior, el mismo gesto que hago cuando a veces miro fútbol-. Algo estaba tramando sin duda alguna y me está tomando por iluso. Voy a inspeccionar por más detalles hasta llegar al fondo del asunto.
Quizás podríamos armar un cuarto al fondo de la peluquería y conversarlo con los muchachos durante una sesión de cartas, o mientras miramos a Carlos y Enrique jugar al ajedrez. Deberíamos quitar los cajones de licor para hacer lugar y hablar con Mario para conseguir una mesa.
21 de abril de 1948.
Sin detalles. Gloria no estuvo en la casa durante todo el día.
22 de abril de 1948.
Esta situación excede mi entendimiento. Por otro lado no tengo ninguna discusión con Gloria y estos últimos dos días han sido los más felices de mi vida con esta mujer. Este matrimonio pudo haberse salvado desde lo platónico y lo absurdamente irónico. La posibilidad de un affaire curativo podría ser el comienzo de una gran teoría a desarrollar por los periodistas; eso, o de una gran comezón.
Las llaves no estaban donde siempre y el café preparado por Gloria estaba frío. Revisé la cafetera en busca de algún desperfecto pero funcionaba lo más bien. Las gotitas de café caían a destiempo pero siempre lo hicieron así, desde el año pasado cuando la mancha de humedad invadió el techo y Máximo después nos ayudó a arreglarlo con unas cuantas manos de pintura.
Esto tiene otra vuelta de tuerca y lo voy a descubrir. Ahora que miro los enchufes también funcionan bien, les llega electricidad.
Máximo llamó para avisar que consiguió la mesa de Mario. La esposa de Mario no la cedió con la mejor de las voluntades si es que no lo hizo contra su voluntad, pero la mesa sin duda nos viene bien para profesionalizar aun más las reuniones en el fondo de la peluquería. Queda limpiar y correr los cajones. Lo hago mañana a primera hora. Máximo siempre consigue todo, es siempre el responsable de que las cosas salgan o no, pero el siempre se hace cargo de todo. Va a ser una buena partida de ajedrez, una para la historia.
23 de abril de 1950.
La habitación quedó perfecta. Rompimos una de las botellas de licor y lo lamentamos y mucho. 200 $ de un perfecto licor tirados a la basura. Traído especialmente, es una lástima. De cualquier forma las cajas quedaron debajo de la mesa. Es una posición estratégica para las noches en las que no se pueda ir a buscar algo para acompañar la noche. Estará ahí, bien cerquita.
Sin reparar en el licor derramado, Carlos y Enrique jugaron por horas hasta que decidieron dejarlo en tablas porque ninguno quería mover nada por miedo a perder, acordaron terminarlo en algún otro momento y espero que lo hagan pronto.
(…)
3 de junio de 1950.
Han sido mis mejores años. He conversado poco con Gloria y mi vida ha cambiado. Los muchachos de la peluquería me dicen que esto realmente podría funcionar y están de acuerdo conmigo en el asunto de la teoría que sale a colación por lo menos una vez al mes en las sobremesas de ajedrez en el cuarto del fondo. Nuestro matrimonio atroz puede funcionar. No hay discusiones porque no hablamos, no hay encuentros incómodos porque casi no nos vemos y creo que hay posibilidades de que una relación con Gloria se mantenga dentro de estos parámetros amnistíacos y diplomáticos y de que en algún momento logremos hablar con mayor asiduidad.
8 de julio de 1950.
Hoy vino un hombre, un cliente. Egocéntrico, infeliz, contento, quita mujeres, buscapleitos, en fin, el amante de Gloria. Dijo no conocerme repetidas veces y habla de una mujer tan quisquillosa, pomposa y enamorada como Gloria en nuestros buenos años, nuestros primeros años! Habla de sus vestidos, habla con la tranquilidad de alguien que no tiene idea con quién habla y no hay otra mujer capaz de llevar esos engorrosos vestidos con la tranquilidad y desvergüenza que solo ella sabe tener y el dice que ella tiene.
¡Hijo de puta! Debería llevarlo a duelo en cuanto confirme la veracidad de esta teoría que los muchachos ya verifican y asienten con algo de vergüenza y hasta les cuesta bastante mover la cabeza hacia arriba y abajo.
¡Ninguna de mis tijeras se acercarán a ese pelo ni el talco caerá sobre su nuca! ¡No habrá corte de cabello para ese hombre!
Las tijeras son un regalo de casamiento de mi padre. Por esa época ya era peluquero. Peluzzo’s todavía no existía pero la madre de Gloria ya no estaba de acuerdo con mi vocación, decía que no era rentable y cómo su hija se podía casar conmigo. Qué le puedo decir que no termine por darle la razón.
Hoy se lo tomó muy extrañamente y creo no fue difícil echarlo de la peluquería argumentando que no éramos machistas sino los primeros feministas en el barrio y su persona no era bienvenida. Arremetió que volvería por su honor y espero que lo intente. No creo que se haya creído la pantomima y no sé cuánto demorará en volver pero lo estaré esperando. Creo que la alevosía nos vendió y dudo que no sepa de quién se trata. Creo que ya sabe quién soy si es que no lo supo desde un principio.
9 de julio de 1950.
La mañana estuvo tranquila. Carlos y Enrique jugaron al ajedrez en medio de unas cuantas discusiones acerca de las posibilidades de movimiento de las piezas, además de pelear por posturas políticas y películas que han visto. Terminaron aquel partido que habían dejado en tablas, lo ganó Enrique en un tonto movimiento de Carlos en el que dejó desguarnecido al Rey y Enrique lo aprovechó. En realidad Máximo miró el partido aunque con cierto desinterés. Se concentró más en una poca creíble imitación de Groucho en una escena con un espejo que no estaba.
Máximo Escucha jazz del bueno, el de 1915. A veces se pierde en el ruidillo del tocadiscos y muchas otras nos perdemos todos en ese mismo ruidillo. Muchas veces cuando viene gente de afuera también se pierde en ese ruidillo.
A las 2 de la tarde apareció este hombre otra vez. Ha vuelto y eso demuestra hombría. Aun respetándolo no habrá corte de cabello. Logramos ahuyentarlo con argumentos poco precisos y algo divagados. Nuestra actitud y mi notable enojo le hicieron retroceder mientras gritaba en medio de la calle que volvería cada día hasta que su cabello estuviera corto.
No tengo más comentarios.
10 de julio de 1950.
El hombre no vino pero Gloria fue el animal claustrofóbico que supo ser durante nuestros peores años y más aun desde el incidente del ‘45 con el elefante en el zoológico de la ciudad. El café frío regresó, los maltratos, las discusiones desargumentadas, etc. todo el condimento de un matrimonio putrefacto.
El infeliz debe haber abierto la bocota y eso volvió loca a Gloria. ¡Hijos de puta! ¡Lleven su amorío de mierda a otro lado! Primero tendré mi venganza. Quisiera reírme. No quiero ni pensar en su golosa confidencialidad ni en los toqueteos y besuqueos como los de los jóvenes italianos que no dudan en aullar en medio de la calle.
Maldita sea este matrimonio y a las tijeras que no se van a acercar a este infeliz. ¿Quieren jugar? ¿Quieren hacerme la vida imposible hasta el punto que decida matarme? No me van a ablandar así nomás. Voy a pelear esto hasta las últimas consecuencias como había hecho Rocco en el ’42 contra aquel Gringo en el Palermo. Casi una hora de pelea, 15 rounds. La noche de la campana quebrada. No voy a desmoronarme. Juguemos si es que quieren jugar.
11 de julio de 1950.
Empiezo este día con enorme satisfacción. Hoy tampoco pudo cortarse el cabello y eso nos dejó contentos a los muchachos de Peluzzo’s. Tanto que hasta vimos el partido en horario de trabajo mientras enderezaba un par de bigotes y recortaba otro par de barbas. Todos estábamos de acuerdo en que la barba de “El Barba” Jorge es inigualable y que es un error que se la saque cada semana, cada domingo. El ritmo de crecimiento de su pelo debería ser estudiado aunque eso pudiera provocar un avance de la ciencia o de algo que me deje sin negocio. Mejor no, dejémoslo así, dejemos que Jorge siga recortándose la barba.
Gloria está cada vez peor y ahora me esconde las llaves y paso 15 minutos buscándolas antes de salir a trabajar. Los muchachos me esperan recostados en la reja hasta que llego y explico lo que sucede hasta que ya no tengo que explicar y todos asienten sabiendo de qué se trata. Gloria pasa por la puerta de la peluquería gritándome sin vergüenza: ¡Adío Peluzzo!
Esto no hace más que impedir el diálogo. No puedo creer que me ponga diplomático, debería ser ella la que ponga atención a la problemática. Yo solo defiendo lo que creo correcto. Empiezo a pensar que un corte de cabello pueda ser la salida. No quisiera tirar la bomba. Esta es la mejor salida; un tijeretazo y listo.
15 de julio de 1950.
Gloria me hace la vida imposible y esto tiene que parar. El amante vino dos veces y pudimos contenerlo pero no por mucho más y ya empiezo a mirar la situación desde más lejos mientras observo las tijeras con algo de detenimiento intentando resolver de alguna manera esta insalubre situación. Creo que voy a desistir antes de volverme completamente loco con este matrimonio.
Máximo ya habla con su mujer de mi situación y creo prefiere ni escuchar de estas peripecias y sobresaltos de un Peluzzo con problemas maritales. No la culpo, ni yo lo quiero hacer, pero es la historia de mi vida. Espero que no lo hablen justo antes de acostarse, no soy lo suficientemente importante como para formar parte de eso.
Mi padre, el viejo Peluzzo pero no el primero, también tuvo sus problemas. Se llamaba Elisa pero no vale la pena meterse en ese tema. Es un asunto que viene desde lejos, casi desde el primer Peluzzo quien habría engañado a la por aquel entonces reina del pequeño condado de Modena con una de las limpiadoras del castillo.
El barrio comienza a enterarse y tomar parte de todo esto y no conviene que esto suceda o seré en breve el hazme reír de toda la ciudad.
Estoy preparado para hacer lo que sea para detener esto. Ya no se puede seguir y esto merece un final de algún tipo aunque a mí no me convenza para nada. Esta será la última de mis entradas antes del final. Tengo que hacerlo o tendré que matarme y eso no es una posibilidad viable. Volveré a escribir cuando haya terminado con este lio. No puedo seguir derrochando tinta en esta mujer y empiezo a pensar en las duras y casi últimas palabras del viejo Peluzzo sobre las mujeres: “Le donne sono sempre una complicazione”. No es que hay dicho algo nuevo ni revelador pero sin duda alguna tenía razón. El viejo siempre tenía razón.
Adiós y hasta que este asunto esté acabado. Y suerte para mí mismo.
Filippo Peluzzo.
20 de julio de 1968.
Escribo esto con un sentimiento ambiguo. Casi veinte años después. Encontré una fotografía mía con los muchachos en la puerta de Peluzzo’s. Era 1949, empezaba todo aquel lío del amorío de mi mujer, que en paz descanse. Por las que me hizo pasar aquella mujer, dios mío. En fin. Me causa un pequeño ardor sólo de pensar en aquella época.
Fue en el momento justo y por eso me siento feliz. Sin embargo la vida me las fue cobrando, pero está bien, estoy de acuerdo. Recuerdo que la mujer de Máximo ya no lo dejaba venir a la peluquería ya con el asunto resuelto y eso me había puesto bastante nervioso y un poco testarudo. Máximo fue al funeral de Gloria y a veces sale de la ciudad para acompañarme seguido en mi enfermedad que viene y va.
El galpón de la peluquería se había convertido en mi dormitorio y pasaba una gran cantidad de noches allí cuando no lo hacía caminando por el barrio. El piso ya no fue el mismo con todo ese pelo esparcido por el lugar. Le corté el pelo y fue lo mejor que pude hacer. Hacer feliz a una mujer aunque ya no fuera mía. Era lo último que me quedaba y así fueron mis propias últimas órdenes antes de irme de la ciudad.
¡Che divide un raggio a me! me hizo acordar… me olvidé las tijeras en el galpón.
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