Para Checha.
Martes.
Nunca había visto a una persona muerta. Era mi primera noche y me tocaba ver lo peor, era una suerte de bautismo lógico del aprendiz. Rodríguez me enseñó la dirección y caminé unos metros hasta llegar a la boca de un oscuro callejón. No lograba ver mucho, el resplandor de las luces de los patrulleros y la gente y las cintas amarillas bloqueaban gran parte del espectáculo circense. La ciudad no se aquietaba ni lloraba, seguía su ritmo normal, desesperante, presuroso, intranquilo. No cambia en la muerte. A veces queda la sensación de que la urbe hace licencia de luto. Pero no.
-Buenas noches Rodríguez.- Era él. Viejo, agotado, barba de tres días, fumando, saco largo.
-Que tal niño. Está fría esta noche. Ve por allí, tené cuidado donde pisas querés?
-Gracias Rodríguez… Señor.
El frío me hacía temblar y los nervios acumulados de esa vez inicial me hicieron sudar. El agua congelada que se pegaba al cuerpo me hizo pensar dos veces el tener que acercarme por aquella angosta callejuela. Podría ser yo ahí tirado, un día me podía tocar a mi, inerte, arrojado allí nomás sin razón aparente sobre el húmedo asfalto de esta ciudad de mierda con las ropas rasgadas y la piel rota. Subí una pierna por encima de la cinta amarilla y luego la otra, me cubrí con una mano el reflejo de las luces que golpeaban en mi rostro y continué con la caminata mortuoria.
-Buenas noches chico.- Me dijo un oficial que aseguraba la zona. Chico, así era. Un mero aprendiz en su primer cuerpo, así le decían ellos. Chico. Era casi vergonzoso, yo podía ser uno de ellos, se creían la gran cosa. Y yo era simplemente una bolsa con tizas, habría que esperar. Ya verían.
Finalmente llegué al cúmulo de adoquines que aguantaban el cadáver de un joven. Ahí, solo, sin vida. Un apretón en la garganta me atacó rápidamente. El joven muerto parecía tan solo un niño, estaba degollado y permanecía con una mirada sólida. Nadie se tomaba la decencia de cruzar una mano enguantada por su cara, quitándole de una vez la sensación de siniestro espectador.
-Por favor..- Recé en busca de algo que sostuviera mi cuerpo. Me apabullaba la desinteresada postura de los oficiales que mantenían el perímetro de un asesinato. Todos con la cobarde afirmación aunque impropia de yo no fui. Dibujé entonces cuidadosamente, el contorno de su entidad. La cabeza, los hombros, brazo izquierdo, pierna, entrepierna, pierna derecha, cintura, brazo. Debajo de su brazo derecho pude ver que había un trozo de papel, parecía evidencia, saqué unas pinzas que había robado de las herramientas de la oficina. Lo tomé; no se por qué. Me enfermaban las caras de todos esos hijos de puta mirando hacia un cuerpo ya sin vida. Guardé el pequeño impreso en mi bolsillo. Me aseguré de terminar el contorno y metí lo que restaba de tiza en su bolsa y me paré haciendo un esfuerzo en los tobillos. Aun tenía una sensación de nauseas en la garganta y el fétido olor se quedaba conmigo.
-Buen trabajo hijo. Lávate las manos en aquel baño y ven conmigo. Iremos por un café.
-Gracias Rodríguez, señor.
-Dejáte de joder con lo de señor querés?
-Si, seguro.
Rodríguez me miraba con inocencia, como albergando a un estudiante bajo su tutela. Abrí la puerta de plástico del asquerosos baño improvisado que estaba ya casi sobre 18 de julio. Lavé mis manos con fuerza, me sentía sucio. El polvillo de la tiza blanca se mantenía impregnado. No quería salir.
Rodríguez se sentó frente de mi. Pedimos café negro.
-Te sentís bien Díaz?
-Sí, fue una experiencia extraña, nada más.
-Tranquilo. Es la primera vez, luego de unas veces más, será tan sólo eso. Vamos Díaz, qué querés ser?
-Qué importa eso con haber visto a un joven muerto.
-Era un joven entonces?- Miré a Rodríguez con ganas de insultarlo fuertemente, pero no pude decirle nada. El café comenzó a bajar suavemente y el sol no iba a salir hasta dentro de unas horas.
-Mirá Díaz.. el trabajo de detective no es nada fácil. Créeme, te querrás quedar con lo que tienes.- Encendió un cigarrillo. Ese hombre fumaba para acortar su vida. Camels, encima con lujos, viejo de mierda.
-Dónde viste que yo quería ser detective?.
-Querías Díaz? Una simple pregunta desarmó toda tu carrera?. Lo vi en tu expediente, tengo acceso a esas cosas y quería saber de vos… entonces, querés o no?
-Si claro. Es lo que pretendo de mi carrera. Pero este es un comienzo no?
-Si tu lo dices. Vamos tomá tu café que nos vamos a la comisaría, hay que hacer papeleo por el cuerpo.
Yo no quería más que descansar, unos metros de línea blanca me habían destruido. Ese joven todavía estaba en mi cabeza.
-Qué tienes ahí?- Preguntó Rodríguez.
-Dónde?- Me puse nervioso. No sabía a lo que se refería. De qué hablaba, no podría saber que tenía un trozo de evidencia en mi bolsillo. Asumo que comencé a sudar.
-Ahí Díaz, por favor mirate!.- Y lo vi. En la punta de mis dedos aun quedaban restos de tiza.-Es tiza, no importa.- Pude haberme entregado ahí mismo. Pasar el resto de mis años en cana. Que pelotudo que soy. Me levanté de la mesa tomando la taza y tomé lo que quedaba de café. Rodríguez mantuvo la mirada sobre mi.
-Bien, vamos.- Dijo Rodríguez con algo de sorpresa y se levantó seguido de mi. La ciudad estaba fría, como el cuerpo que debía estar viajando incompleto hacia la morgue. Lo volveré a ver? Ya no importaba.
Miércoles.
Me desperté sobre la mañana de un nuevo día. Seguía frío, aun se mantenía el invierno sobre la ciudad de Montevideo. El espejo fue cómplice de lo que había sucedido y que ahora tan solo parecía un mal sueño. Lavé mi rostro con agua y me preparé para dirigirme a la comisaría. Quizás nadie supiera. No había nada que saber. Me vestí y me puse la campera de oficio. En el bolsillo aun estaba el trocillo de papel. Seguía allí. Lo tomé con cuidado y lo puse en una bolsa de ziploc que tenía en la mesada de la cocina y lo guardé donde estaba. Salí al pasillo y cerré la puerta tras de mi. El tráfico estaba pesado. Demoré en llegar al trabajo.
Entré en la comisaría y Rodríguez me esperaba algo apurado.
-Dónde estabas Díaz?
-El tráfico, ya sabes cómo es.
-No no sé, llegué en hora. Levantate antes Díaz.
-Perdón señor, será la última vez.
-Oíme, basta con lo de señor escuchaste? Que te hayan puesto a mi lado es algo importante para vos y aparentemente para mi también así que no nos compliquemos la vida, está bien? Mirá y aprendé.
-Esta bien Rodríguez, no se preocupe.
-Listo. Vamos.- Caminamos casi corriendo pasando Asuntos Internos y nos dirigimos hacia la morgue. Rodríguez abrió la metálica puerta y entramos.
-Buenos días Carletti, cómo está?
-Bien Rodríguez, con mucho trabajo.- Respondió Carletti, otro viejo amargado por la vida y por el trabajo, supongo que ya tenía mayor interés en lo exánime que en lo viviente. Se debía llevar bien con Rodríguez, parecían dos hombres de la misma calaña.
-Este chico es Díaz.- Estreché mi mano con su mano fría.
-Qué tal Carletti?- Dije intentando romper con lo incómodo aunque fuera solamente mía la sensación.
-Vamos.- Dijo el hombre de la morgue y nos dirigimos hacia el fondo de la gran habitación de habitaciones. No sé si por estar ya falto de espacio o si el crimen no para. -El crimen no cesa.- Gritó Carletti avanzando por el centro de la sala. Supongo que era una ironía de la falta de espacio y del poco dinero que disponía el departamento ahora que estaba el gobierno progresista. -Este chico vino con el cuello abierto. Similar en el corte a un cuerpo que entró en la noche del lunes. –Veamos.- Se abrió una heladera horizontal sacando un cuerpo al aire. El mismo joven de la noche anterior salía del negro agujero helado.
-Atendé Díaz, con cuidado, agarrá ahí.- Dirigía Rodríguez mis acciones. Viejo salame, lo empezaba a odiar, aunque sabía que era mi pase a criminología. Vimos los dos cuerpos. Tenían el mismo corte en la yugular. El tipo sabía donde cortar. Hijo de puta. Sabía que era hora de entregar la mierda que venía cargando desde anoche, pero simplemente no podía. -Tienen el mismo corte.- Dijo Rodríguez. –Se nota acá, mirá Díaz, desde la parte ésta, justo debajo de la oreja derecha, pero no termina de cortar, nunca llega hasta la oreja izquierda.- Me tomó fuertemente de la parte superior del torso y me agarró el cabello tirándome hacia atrás y desarrolló el ejemplo de corte.
-Debía estar parado sobre la izquierda de la víctima. Supongo que debe atacar desde esa posición por alguna razón en particular.
-Soltame.- Le dije a Rodríguez nervioso. -Tranquilo chico, es solamente una demostración. Crees que te voy a matar?- El idiota de Carletti miraba con una sonrisa. Maldita complicidad que se tenían, lo detestaba, dos viejos arruinados, tampoco me sorprendía.
-Hoy debería volver a atacar.- Dije oportunamente. Los dos quedaron en silencio. Sabían que sucedería, era la cronología lógica de eventos.
-Vamos Díaz, hablás demasiado. Tenemos que pasar por la oficina del Capitán a conversar de este asunto tuyo del asesino. Adiós Carletti.
-Cuidate Rodríguez.
Salimos apurados de la morgue, me paré delante de Rodríguez en un intento de defender lo que había dicho allí dentro. No era en vano, era el precio a pagar.
-Me crees no? No estoy diciendo esto por decirlo. Tenemos dos cuerpos con el mismo modus operandi, querés mirar a un costado?.
-Escuchame Díaz. Te creo, pero sos el pendejo de la tiza, no lo podés decir así nomás al aire, como si tuvieras la razón absoluta cada vez que abrís la boca. Seguramente te darán el pase para lo que querés y a mi me dejarán en este hoyo.
-Querés un trabajo de escritorio, es eso?
-Callate pendejo!. No tenés idea de lo que pasa en la calle, sos nada más que un niño con la idea de que esto es igual a un juego.- Me callé, en fin, era momento de cortar por lo sano. Era nada más que un viejo débil, quizás herido de alguna guerra. Estaba bien. No sabía yo lo que era la calle, pero alcanzaba, al final nadie sabe lo que pasa, todo se juega a ciegas, a ver qué hay. –Vamos chico.- Dijo Rodríguez al final.
La oficina del capitán parecía un lugar para quedarse a vivir. Entendí el enojo de Rodríguez por lo que había dicho antes. Cuadros familiares, algún diploma que seguramente era una cuestión de ego, lapiceras caídas y un enorme cenicero a un costado del escritorio de madera elegante. “Capitán Eugenio Sánchez”
-Qué tienen? Preguntó el Capitán Sánchez.
-Bueno…- Iba a hablar Rodríguez pero interrumpí fuertemente.
-Tenemos un homicida en serie.- Sánchez suspiró con fuerza. Miró fijamente, y no dijo absolutamente nada. –Tenemos dos cuerpos con el mismo modus operandi y estamos de acuerdo en que se podría tratar de un asesino serial y que deberíamos estar al tanto del caso. Podría atacar otra vez esta noche. Rodríguez me miraba fijamente, habíamos interrumpido con una piedra en el zapato del señor que miraba detrás del escritorio.
-Tenés un pendejo arrogante.. eh.. Rodríguez?- Volvió a suspirar.
-Capitán, el chico podría tener razón aunque no creo, todavía es un pibe de tizas. Es un caso suelto y todavía es muy pronto para decidir nada.
-Bien Rodríguez, el caso es tuyo me oíste. Es tu culo no el mío y llevate al pendejo. Podría aprender algo.. no te parece?.
Me habían traicionado, o al menos así lo sentía. Todavía tengo mucho poder en el bolsillo. Salimos de la oficina. Caminamos unos metros y no faltaba mucho para la increpa de Rodríguez.
-Escuchame pibe. Quién carajo te crees que sos… (Suspiró unos segundos, sosteniendo un cigarrillo entre los dedos mientras se tocaba la nariz con esa misma mano) Tenés huevos eh.. eso te lo doy. Andate para tu casa. Si pasa algo yo te aviso.
-Me jodiste ahí adentro.
-Nada, callate, aprendé, no podés tirar esa así nomás como si anduvieran por ahí, sueltos, queriendo matar a medio pueblo!.
-Esperá y vas a ver Rodríguez.- Me di vuelta y caminé hacia la puerta de la Comisaría. –Nos vemos esta noche!.- Grité al salir. Era mi firma de odio de el hacia mi. Caminé un rato para descansar aquella discusión. Veía la ciudad expectante. Esperando sangre. Vendría, no me preocupaba por eso. Rodríguez era un iluso, la muerte estaba a la vuelta de cualquier esquina, el lo sabía pero no quería arriesgar su trabajo y eso estaba bien, pero no para mi. Yo era un chico, como ellos decían y no me importaba, sería un chico con huevos. Lo verían.
Mi apartamento estaba a unos metros. Subí y me tiré en la cama. Dormí. Sonaba el teléfono impertinente. Me desperté y atendí.
-Hola..-Murmuré todavía dormido.
-Díaz? Despertate, tenemos trabajo.
-Rodríguez? Qué hora es? Qué pasó?
-Movete Díaz, estoy en la Estación Central, vení cuanto antes.- El teléfono se cortó. Había otro cuerpo y yo tenía razón. Este hijo de puta era dueño de la noche y ella estaba cobrando sus víctimas. Se devolvían al pavimento, los hijos de esta mierda iban cayendo de a uno. Todos tenemos la culpa, no se suponía que hiciéramos esto. Erigir enormes ciudades aunque Montevideo zafara un poco del asunto.
Bajé corriendo y el bolsillo aun pesaba. Mejor así. Tomé un taxi sobre la calle Rivera. A esa hora de la noche llegamos pronto.
-Buenas noches Rodríguez.- El señalo hacia la pared de uno de los costados oscuros de la Estación.
-Ve por ahí chico. Tienes un cuerpo.
Caminé unos metros sorteando oficiales y cintas amarillas. Otro joven, por Dios, los venía cobrando. Me acerqué unos metros hasta llegar al cadáver y otro oficial más se refirió a mi como “chico”. Puse el peso de mi cuerpo en los tobillos y me agaché sobre el cadáver.
-Dibujá la línea pendejo!.- Me llamó la atención un oficial de segunda que estaba parado ahí asegurando la maldita zona. Tomé una tiza que quedaba de la noche anterior y dibujé la línea. Tenía el cuello abierto de la misma forma que las otras dos víctimas. Iban tres y se me iba a poner feo en la oficina de Sánchez. Brazo derecho… debajo había otro pedazo de papel. Se había pegado al piso por el frío. Lo tomé y lo guardé en el mismo bolsillo. Me levanté y guardé la tiza en su bolsa.
-Listo oficial, gracias.- El milico de segunda me acompañó hasta el perímetro donde me esperaba Rodríguez.
-Y chico, qué tenemos?- Preguntó Rodríguez calmado, fumando un cigarrillo y seguramente había perdido la cuenta de cuántos a esta altura de la noche.
-El mismo eme o.- Rodríguez suspiró exhalando desagradablemente el humo por su nariz y boca.
-Bueno, nos vamos. Agarra tus cosas chico, nos vamos a la oficina.- Caminamos hasta la Comisaría que era a unas pocas cuadras de allí sin decir nada. Imagino que Rodríguez estaba enfadado por no escuchar y ver siempre hacia adentro. Maldito idiota. Sentados en un escritorio esperamos a que llegara Sánchez. El habitáculo comenzó de a poco a saturarse de humo.
-Crees que tenemos un caso verdad?- Preguntó Rodríguez convencido de la respuesta que era obvia.
-No es obvio?
-No lo sé chico, realmente no lo sé. Tenemos tres cuerpos, tres noches y tres eme o idénticos. Esperemos a Sánchez y veamos que dice. Está bien?- Dijo entregado. Sabía que se había equivocado todo este tiempo. Yo lo sabía, quizás el no. El bolsillo pesaba, cargaba una gran responsabilidad que se debía pagar para llegar a donde quería. Sánchez irrumpió en la habitación varios minutos después cuando la oficina se asemejaba más a una cámara de gas.
-Por Dios Rodríguez, esas cosas te van a matar.
-Lo sé Sánchez, pero no me importa, ya estoy muy viejo y muy gastado para andarme preocupando por estas cosas, no te parece?.- Sánchez miró sin decir nada.
-Qué tenemos?.- Preguntó al fin.
-Con la noche de hoy tenemos tres cuerpos con las mismas lesiones.- Dijo Rodríguez admitiendo una derrota. Ahora debía pagar por sus errores.
-Y tu niño.. crees que volverá a suceder mañana por la noche, verdad? Ustedes están siempre muy seguros de todo. Horas de papeleo lleva cada pajero al que se le pasa por la cabeza la idea de caminar por esta zona de la ciudad a estas horas. Sigue así y pronto serás un detective hijo.
-Si, creo que si. Va a suceder otra vez y no sé si tiene intenciones de frenar. Las tres muertes ocurrieron en esta zona, todas a apenas unas cuadras de distancia. Va a pasar de nuevo y otra vez en nuestra cara.- Dije seguro de mis palabras que cavaban mi tumba ahí mismo en esa oficina de mierda.
-Rodríguez.. tenemos alguna pista, de algún tipo?.- Preguntó Sánchez.
-No señor, no todavía. No hay huellas, no hay arma, no hay nada. El hijo de puta es un fantasma. No podemos hacer nada. Esperar a que el tipo mate.- El silencio ocupó la sala. Nadie dijo nada, nos miramos buscando respuestas en los rostros esperando que alguien apueste algo. Sánchez se paró y se retiró de la oficina.
***
La muerte por lo general llega y no hay forma de escapar a ese destino horrible. Algunos dicen no tenerle miedo a la muerte, pero cuando llega, simplemente se cagan encima. Este tipo volvería a matar y el pobre infeliz al que le toque nunca lo vería venir. Es una bufonada como se desarrolla la vida. Un día sos un “chico” que dibuja con una tiza el contorno de un cadáver en la escena de un crimen y otro día prácticamente eres el detective a cargo del caso y con un viejo perdedor a cuestas con miedo de perder su puto trabajo.
Rodríguez era tan culpable de aquellas muertas como el propio hijo de puta que se ensucia las manos con sangre. Era su caso ahora y su ignorancia sería mi fortuna, esperar y recibir. En cada brazo derecho estaría ahí, esperando, calculando, recogiendo ese pedacito de mensaje que el propio asesino era incapaz de transmitir porque un resentido como yo estaba en el medio de todo. La noche del jueves pasó y también la del viernes y teníamos cinco cuerpos mudos en la morgue congelándose y el asesino seguía sin poder dar su recado de muerte. Sin rituales satánicos, sin boludeces de películas ni héroes con placas de oro. Un resentido pelotudo con una tiza y los ojos bien abiertos para conseguir lo que quería. La muerte es así, parte de otra cosa. Un asesino mataba y caminaba libre sin saberlo y un wannabe de detective se ensuciaba las manos con sangre para lograrlo.
+ . + . + . + . +
(final alternativo)
-Vamos chico, saldremos un rato, acá no vamos a solucionar nada.
Salimos de la oficina. El pavimento seguía hambriento y la ciudad inmutada.
-Me voy a mi casa Rodríguez, tengo la sensación de que esta noche nos vamos a ver.- Dije cansado de este circo de idas y venidas sin un final claro.
Jueves.
Entré a mi casa y dejé las llaves sobre la mesada de la cocina y me acosté. Extrañas noches se habían sucedido. Algunas horas más tarde el teléfono volvía a sonar.
-Hola…
-Díaz, soy yo.- Dijo Rodríguez entre el ruido.
-Dónde estas Rodríguez?
-A unas cuadras de la comisaría.- Las sirenas y el bullicio dominaban el entorno de la llamada.
-Encontrame ahí, ya voy.- El teléfono se cortó y me levanté tomando las llaves para irme. Alcancé un taxi y llegué a la comisaría en unos minutos. Rodríguez estaba ahí, parado en la puerta, recostado sobre un hombro, fumando.
-Hace mucho rato que esperás?
-No chico, no te preocupes. Vamos, es por allá.
Momentos después llegamos al lugar. Un escenario fúnebre montado para la investigación. El morboso placer de observar. Tomé una tiza de la bolsa y me acerqué.
-Suerte chico.- Dijo Rodríguez irónicamente.
Odiaba su sarcasmo pero ya estaba allí y peor era ver a otro joven con la garganta abierta. Con cuidado comencé a dibujar la línea circundante por el lado izquierdo asumiendo que sobre la derecha se escondía la nueva pieza de evidencia. En ese momento tuvo lugar el peor momento de mi existencia. Sentí el aliento anicotinado de Rodríguez en el cuello. En el momento que tomaba el trocillo de papel me di cuenta de lo que venía. Los números impresos en cada pedazo formaban uno. “1-3-18-2”.
-Lo encontraste Díaz. .- Susurró Rodríguez en mi oído. Me paralicé, no entendía por qué. La placa del hijo de puta se formaba con cada cuerpo. Qué me estaba diciendo. -Aprendés rápido.- Rodríguez seguía susurrando. Estábamos rodeados de policías que no le tocarían un pelo al viejo. –Ahora callate y escuchá pendejo, esta es mi última obra y no me la vas a cagar. Ya sabés.. y tenés la oportunidad de ser lo que querías. Un detective! Verdad? Eh niño? Que estupido eres..
-Por qué Rodríguez?
-No pensé que preguntarías esa idiotez.. esto no es el cine, chico. Así es la calle. Era lo que querías, el precio de aprender. Ahora la sangre está en mis manos. Andate y limpiá las tuyas.
-Estas bien hecho mierda loco. Crees que vas a caminar así nomás. Un día vas a caer.- Dije con inocencia intentando sacarle algo más al viejo que miraba agachado sobre mi y el único que presenciaba era un fiambre. Rodríguez se reía, yo también quería reír, que iluso.
-Andá y decí lo que viste. Un número.- Susurró otra vez. Decidí pararme y enfrentarlo pero no pude. Lo que había era silencio. Caminé por un costado de él y salí de la escena. –Díaz!, Díaz!. –Gritaba Rodríguez. Todo había terminado, para ambos. Caminé por 18 de julio hasta la madrugada, baldosas que esconden vida y muerte llevaban ahí un largo tiempo, seguían ahí. Todo siempre sigue ahí.
Detrás de las barras quedaría un viejo con las manos llenas de sangre, en la calle el que se las ensuciaba en vano. La muerte es así, parte de otra cosa.
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Qué guay almorzar en la Taquería Güey de Belgrano :p
Hace 22 horas
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