lunes, 22 de diciembre de 2008

Brevísima descripción de un universo dormitorio

Cae la tercera noche bajo este novel techo y puedo afirmar que es la primera vez que tengo la oportunidad de analizar el dormitorio de 2,50m x 2,75m. Las noches anteriores no habían sido suficientes y tampoco había podido prestar la atención necesaria para observar con detenimiento lo que todavía no había visto o seguramente había visto de otra manera, quizá más superficial. Ahora se cumple la primera hora del día. Susurrante oigo proveniente de la ventana y tal vez de un apartamento contiguo pero de un segundo piso, el sonido de un televisor emitiendo una película de trasnoche del canal 4. No se percibe el sonido de la calle a excepción de algún esporádico auto que se oye al pasar y resulta confortante el relativo pero cómodo silencio. El piso todavía es el orden dispuesto para los cachivaches y cosas de la mudanza inicial. La ropa está prolijamente acomodada y apilada a mi derecha debajo de la pequeña pero generosa ventana, remeras por un lado, pantalones por otro, sábanas y toallas en una bolsa y algunos bolsos con calzones y medias que me dan pudor tenerlos al descubierto también están colocados contra esa pared.
La que veo frente a mi tiene restos de una avanzada humedad y comienzo a pensar seriamente en que debería pintarla de algún color que me haga bien. Parte de la pared, un sector pequeño junto a la puerta, es el más damnificado por las filtraciones del agua y hasta deja ver el ladrillo rojo de la estructura que solamente se logra ocultar cuando la puerta del dormitorio, de un color gris azulado, se encuentra abierta. –En la película de al lado alguien recibe una llamada-. Debajo del sector de mayor humedad hay un enchufe, y del otro lado de la puerta, del lado del pestillo y ya sobre la otra pared, hay un interruptor de luz.
La pared a mi izquierda tiene una pequeña particularidad, una protuberancia que sale de ella con la forma de lo que parece ser una tuerca pero sin agujero central, y tiene todas las de ser parte del sistema de cañerías de la cocina que está del otro lado de la pared. –Tanda publicitaria-. Sobre el piso debajo de la tuerca están ordenadas de la misma manera que la ropa, las cosas que serán parte accesoria del dormitorio. Libros, un trifásico, las llaves, una bolsa de un regalo de Pablo que trajo de Barcelona, cigarros, el celular y una lámpara de papel, también regalo de Pablo, que tiene la forma de una cabeza de cohete y está enchufada al segundo y último enchufe del dormitorio que está sobre el rincón de la pared. En ese lugar, a pocos centímetros del suelo, surge con disimulo un caño que recorre el ángulo de las dos paredes hasta el techo.
La cuarta pared no tiene ningún elemento característico, ni enchufes ni tuercas protuberantes ni humedad, y me encuentra recostado sobre ella, con la cabeza reposada sobre dos almohadas que se apoyan contra la pared y el resto de mi cuerpo acostado sobre un maltrecho colchón provisorio hasta el arribo mañana de la nueva cama. Las piernas dobladas y el torso a medio sentar me mantienen en vilo mientras espero a que entre el sueño que se está demorando. –Sigue la película-.

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viernes, 19 de diciembre de 2008

Meté la mano en la bolsa y sacá un papelito al azar

Cuando éramos chicos algunos tuvimos amigos invisibles. Esos tipos en los que se podía confiar por completo, personajes a conveniencia que nos ayudaban en más de una oportunidad. – ¡Mamá, yo no fui el que volcó la leche, fue él!- ¿Él, quién? ¿A quién nos referíamos cuando hablábamos de él? No podíamos sinceramente pensar en echarle la culpa a un ser que hacía tanto por nosotros. Y sin embargo lo hacíamos. Las cosas se caían solas. En el mundo de los amigos invisibles, las cosas se caen solas, se rompen solas, se mueven solas, se abren y se cierran solas. Es la magia de poseer un personaje detrás nuestro defendiéndonos dispuesto a lanzarse a la primera línea cuando lo tenía que hacer, cuando necesitábamos que lo hiciera. Y lo mejor de todo es que esa fórmula tan poco creíble para nuestra mente hoy, funcionaba de las mil maravillas.
Sin embargo esta modalidad de amigo invisible alias chivo expiatorio tiene su fecha de vencimiento. Llega un punto en que el mundo de lo que se rompe solo deja de existir y lo único que nos queda por hacer es hacernos cargo de lo que hacemos. –Sí mamá, lo rompí yo, ¿Y qué?-. La idea aquí no es confundirles diciéndoles que, llegado el momento, el amigo invisible deja de coexistir con nosotros para pasar a ser una suerte de ánima vagabunda a la que dejamos de ver y de hablar, como si en algún momento nos hubiera cagado. Todo lo contrario. Su nueva función en ese momento es la de hacernos crecer, colocándonos nuevas responsabilidades y un rol mucho más importante en esa etapa de preadolescencia, de temprana preadolescencia. La de madurar. En serio, ya no sos un guacho.
Eventualmente los amigos invisibles desaparecen por completo. Su trabajo está hecho, cumplió con creces y nos salvó de varias bofetadas. Aunque debo decir que si hoy por hoy tuviera la posibilidad de decir que las cosas se siguen rompiendo solas lo haría. Antes todo era mucho más sencillo.

En estas épocas de fiestas, despedidas, épocas del síndrome de la navidad, de fin de año y de reyes. Los grupos de gente (sobre todo laborales) hacen regresar al amigo invisible en un homenaje a ese tipo que nos bancaba a muerte con una actividad que lleva su nombre (No me quiero meter mucho más de lo imprescindible en el tema). A quien le toque correr la suerte de ser mi amigo/a invisible quisiera decirle lo siguiente: Que bueno que volviste porque necesito que digas que el vaso del otro día, se rompió solo, ¿Ok?

lunes, 8 de diciembre de 2008

Emancipación

Dicese de: Tener olor a pata y que no te importe. Colgar las medias con olor a pata donde más te plazca. Pasear descalzo y con olor a pata. Cocinar cosas que no tenés mucha idea cómo cocinar. Quemar una sartén. Quemar comida. Quemarte los dedos. Bañarte con agua fría. Dejar el calefón sin agua caliente. Sexo. Medir la distancia entre las manchas del techo del cuarto. No medirlas. Buscar formas de caras en las paredes. Sexo. Mirar a un punto X sin razón aparente. Pintar la pared. Cantar en la ducha. Corrección, cantar fuerte en la ducha. Hacer la cama. No hacer la cama. Pararte con las manos y apoyarte contra la pared. Hacer ruedas carnero en el living. Quedarte quieto. Dormir siestas. Pensar. Dibujar. Escribir. Quedarte quieto. Jugar. Jugar. Jugar. Jugar. Poner la música al mango. Poner la música bajita y tirarte en el piso. Hacer reglas. No hacer reglas. Mirar al cielo. Lavar las ventanas. Lavar. Barrer. Fumar. No fumar. Guardar cosas en rincones. Tener lugares secretos. Conversar. Mirar la lluvia. Saltar bajo la lluvia. Putear a la lluvia. Llorar. Gritar. Putear. Dejar la puerta abierta. Tomar mate. Roncar. Correr. Comer bizcochos. Hacer fuego. Apagar la luz. Soñar. Prender la luz. Hacer caca. Mear. Errarle al water. Regar plantas. Tener flores. Esperar a que llegue la noche. Mirar la televisión. Sexo. Colgar ropa. Descolgar ropa. Divertirte. Aburrirte. Divertirte. Aburrirte. Enojarte. Alegrarte. Almorzar. Merendar. Cenar. Desayunar. No comer. Pagar cuentas. Ahorrar. Soñar. No salir. Encontrar cosas para hacer. Jugar. Saltar. Dormir. Ordenar. Cambiar cosas de lugar. Pintar. Escribir. Sexo. Tomar mate. Entra por la puerta. Salir por la puerta. Entrar por la puerta. Dibujar el marco de la puerta. Esconder cosas. Estar triste. Estar feliz. Estar feliz. Estar feliz. Reír.


Sin final.

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