martes, 7 de agosto de 2007

Construcciones

El joven viajaba sentado en los asientos traseros del ómnibus, venía leyendo. A veces las palabras saltaban un poco, perdiendo la concentración durante unos segundos hasta retomar con la historia. En una de las paradas se subieron una mujer y un hombre, no parecía que vinieran juntos. Ella caminó por el pasillo hasta encontrar un asiento vacío y el hombre se sentó exactamente detrás. El joven no se preocupó pero le parecía raro. ¿La iría a secuestrar? ¿Y si se paraba y de repente robara el ómnibus? Siguió con su lectura hasta donde pudo. El ómnibus tomó una calle que no acostumbraba a tomar, miró hacia los costados y sintió en los demás su misma ansiedad. Siguió dos cuadras más y su ansiedad pronto se convirtió en temor. Pensó en bajarse. Esperó con el libro apretado entre las manos y había empezado a sudar.
Normalmente esto no sucedía, éste ómnibus no iba por acá. ¿Lo estarían secuestrando a el? El joven decidió pararse y se apresuró hacia el fondo para bajar. El ómnibus volvió a doblar y tomó nuevamente la calle que conocía. Dejaba atrás algunas cintas amarillas y a varios obreros arreglando la calle. Su rostro se reflejó en el vidrio. Descansó.

Cerdito

Juan estaba cansado de juntar las moneditas que le iban sobrando de los vueltos. Durante un tiempo las fue guardando en una pequeña caja que su madre le había regalado cuando era chico. Ahora solamente quedaba lugar en bolsas de nylon de supermercados y una vieja chanchita que estaba rota y ya no servía. Rosada, sonriente, destruida. Miraba la tele y miraba la chanchita rosada encima de su mesa, al costado de la televisión. Quería deshacerse de las bolsas de nylon llenas de marcas y de cosas tan poco familiares. Entonces apagó el televisor y bajó -literalmente- del sillón, las puntas de sus pies todavía no llegaban al suelo. Fue hacia una alacena en la cocina a buscar pegamento y otros útiles que le sirvieran para revivir a su chanchita. Pasó varios minutos tratando de pegar los pedazos y hasta se lastimó los dedos un par de veces antes de lograr unirlos todos. Las horas en el reloj habían volado de un lado a otro.
Terminó, quedaba poner las monedas adentro y tendría una nueva alcancía para guardar sus moneditas. Vació una bolsa de nylon dentro de la chanchita, el sonido de decenas de monedas lo emocionó, era su primer contacto capitalista en serio. Cuando terminó ya no había lugar en su chanchita y lo único que quedaba eran algunas bolsas de supermercado.